Hace pocos días trascendió la noticia que un equipo
extranjero buscaría a uno de los U Boats en la famosa Caleta de los Loros. El
grupo, con alta tecnologíay apoyo de la Provincia de Río Negro y el
trabajo imprescindible del Buzo Profesional Tony Brochado, se lanzó a la
búsqueda. El grupo tuvo el patrocinio de Discovery Channel.
Yo lo supe, pero por contrato no pudieron hacerlo público hasta ahora.
Profundidad 20 metros. Si bien no hubo resultados, sirvió la búsqueda para
descartar lugares. Así me lo comentaron. No olvidemos que aparte del U 530 y U
977 llegaron 11 submarinos (después de la guerra) a nuestras aguas. He
presentado en mi blog, numerosa documentación de la Marina Argentina, contando
tales hechos. Así que nadie puede decir que es una invención. Los submarinos
están en algún lado, me dijo una vez Tony Brochado.
Pero vamos al U 530. Sabemos que se entregó en Mar del Plata, el 10 de
julio de 1945. La historia es conocida. El Capitán Otto Wermuht declaró que
quería entregarse en Miramar, finalmente eligió Mar del Plata. Estuvo
deambulando por la costa. La Armada tomó la decisión de ocultar las
declaraciones, durante años. Varias veces dijo a sus "captores"
"no deseo responder a esa pregunta” cuando quería esquivar la
respuesta. Así no precisó que hicieron con los 20 torpedos faltantes.
Según lo dicho, alcanzó la costa de Mar del Plata un día antes de entregarse.
De día navegaba a 7 nudos y a unas 200 millas de a costa. Dijo que avistó el
Faro de Punta Mogotes a las 3 de la mañana del 9 de julio, a unas 18 millas. Yo
suelo navegar hasta las 10 millas. Mar del Plata a apenas se ve. Diría que a
las 18 millas sería bastante difícil ver el Faro.
Lo importante
El submarino contaba con 6 balsas salvavidas FALTABA UNA. Nunca respondió que
fue de ella.
¿Desembarcaron personal? ¿Equipos? Al leer lo de la balsa recordé lo que una
vez me contara un Ingeniero, en el Club Náutico de Mar del Plata. Ahora los
hechos parecen cerrar.
Lo que sigue fue publicado en mi libro Charlas con Adolfo 1958. No tengo
ninguna duda que es verdad. ¡Una vez que lo publiqué, recibí extraña una llamada
desde Italia! ¡Nada menos de aquellos que dicen perseguir a los nazis en
Argentina! Querían que respondiera si yo tenía información sobre la llegada del
líder nazi a nuestro país.
¿Qué tiene que ver el U 530, la balsa faltante y una Goleta, que en la misma
noche que el submarino navegaba para entregarse, se detiene en plena Bahía de
Samborombón y baja un bote desapareciendo horas? Veamos
La Goleta y un Submarino, 1945 Bahía de Samborombón Argentina
El relato que sigue fue publicado en varios medios en
Internet, y en mi libro Charlas
con Adolfo 1958 Su resultado fue la recepción de una carta desde
Italia, urgiéndome a presentarle todas las pruebas que tuviese sobre la
presunta llegada de altos oficiales nazis a la Argentina.
El acontecimiento encierra un hecho fundamental, una lata supuestamente con
aceite, recogida sin ninguna razón aparente, en pleno mar argentino, traído a
bordo de una goleta. Eso ocurrió el día anterior a la entrega en el puerto de
Mar del Plata del submarino alemán U-977. El envase portaría no aceite, como le
dijera el capitán a su tripulación, allí posiblemente se encontrarían
capitales, quizás diamantes, para la financiación de actividades alemanas. La
nave no podría rendirse con esa carga, que seguramente habría sido confiscada.
Respecto de la relación entre la goleta y el U-977, es sorprendente la historia
que personalmente me contara el Ingeniero... (No puedo mencionar su nombre) en
una cena en el Club Náutico de Mar del Plata, en la noche del 12 de julio del
2008. En esa ocasión un grupo de navegantes deportivos (veleristas)
compartíamos buenos momentos. Tales reuniones solían realizarse una vez al mes.
Este Ingeniero contaba entonces con 80 años de edad, a pesar de ello su porte y
forma de expresión no se habían visto afectadas en lo más mínimo. Había fundado
justamente la Escuela de Náutica en Mar del Plata hace muchos años. Le referí
que estaba yo preparando un Sitio Web denominado El Portal de los Barcos y que
me interesaría su opinión. Me dijo -¿Quiere una extraña historia? -¡Sí!, le
dije, y comenzó:
Estamos en 1945, por aquel entonces con un amigo nos iniciábamos en la
navegación a vela. Surgió un viaje desde Buenos Aires a Mar del Plata. Un
velero haría el trayecto y nos invitaban. Así podríamos realizar un sueño,
nuestro primer crucero oceánico.
En el puerto de San Fernando abordamos una hermosa goleta. Fue adquirida en
Inglaterra y en ella llegó el extraño marinero (con el que no cambiamos ni una
palabra). Su Capitán, un hombre de 50 años, resultó ser conocido del padre de mi
amigo. Así logramos un pasaje de ida.
Antes de la 12 de la noche zarpamos con un buen viento de través.
Un viaje de esas características por mar y a vela puede demorar no menos de 53
horas, en el mejor de los casos. Si sopla sur se agregan muchas más horas. No
hay forma de navegar contra el viento y nuestro destino estaba justamente en
esa dirección.
En una navegación a vela es importante avanzar aprovechando el buen viento.
En el segundo día nos encontrábamos a mitad de la Bahía de Samborombón. En ese
lugar se abre un gran espacio y la costa se aleja muchos kilómetros. Anochecía.
El marinero, un hombre de gruesos brazos y abundante cabellera negra, de no más
de un metro sesenta de estatura, nos preparaba la comida y servía en silencio.
Sus ojos extraños y oscuros me observaban de tal forma que trataba de apartar
la mirada. Su típica camiseta a rayas, su cuerpo fornido, una cara marcada y
arrugada por mil soles delataban a un ser que había estado más tiempo en el mar
que en tierra.
A las 21 horas el Capitán nos llamó e impartió una orden inconcebible -Muchachos
fondearemos aquí, nos esperarán. Michel y yo iremos a buscar unas cosas en el
bote de apoyo. Inútil fue preguntarle por qué razón suspenderíamos la
navegación, adonde irían cuando la costa estaba a kilómetros y de noche
-Ustedes se quedan y esperan. Fue la única respuesta que obtuvimos. Así sin
saber que hacer permanecimos en absoluta oscuridad, con el temor que algún
barco no llevara por delante. Sin luna no veíamos ni la proa del barco.
Las estrellas apenas se divisaban entre una tenue capa de nubes. Cada tanto el
cielo sea abría y la Vía Láctea en pleno nos regalaba su luz.
El viento había cesado. Los catavientos, esos pequeños hilos que se colocan en
las jarcias para señalar la dirección del que procede, pendían inmóviles.
¡Nunca sentí tan fuerte y profundo el silencio!, jamás tal desamparo.
El mar puede ser tolerante con el marino o brutal. Su humor depende solo de
circunstancias que no podemos prever. La diferencia entre la paz de un mar
tranquilo como un espejo y el infierno depende del humor de los elementos.
Ahora ese sentimiento de temor y respeto se incrementaba en la oscuridad.
Un casi inaudible ronronear del agua contra el casco, parecía decirnos ¡aquí
estoy! El mar en su bravura descansaba por ahora.
Nos ordenó apagar la luz de los dos palos. Solo una blanca en la popa, como un mínimo
ojo, nos mostraban a solo unos pocos metros.
Cuatro horas más tarde escuchamos un sonido que iba creciendo, era el
movimiento de los remos en el agua. Finalmente, el Capitán y el extraño
marinero subieron a bordo. Portaban una lata negra. Ante nuestro asombro le
preguntamos que contenía. Con un dejo de furor contenido en su voz nos dijo - ¡Aceite
para el Motor!
Nos miramos con nuestro amigo. La respuesta era inaudita. La goleta no
necesitaba navegar a motor, para eso están las velas. Nadie en su sano juicio
abandonaría a una tripulación, en una peligrosa zona de navegación, a oscuras
para buscar aceite. Cualquier Capitán revisa toda su embarcación antes de zarpar
y el motor es una parte de ello.
Llegamos a Mar del Plata en nuestro tercer día de navegación, bien entrada la
noche. En esa época el Puerto Náutico Deportivo no existía como ahora (hoy lo
comparten cuatro Clubes Náuticos). La noche había avanzado. El volver hasta
nuestras casas sería complicado. Decidimos quedarnos a bordo y bien temprano en
la mañana dejaríamos la goleta.
Al amanecer bajamos del barco muy contentos con la aventura y todo lo
aprendido. Si bien el Capitán no dejaba de ser un hombre peculiar, nos enseñó
unos cuantos secretos de marinería.
Pasaron muchos años. En una cena como ésta se me acercó un hombre y luego de
observarme un rato me dijo -Usted es el Ingeniero... Estuvo trabajando en
puertos en tal y cual ciudad en el extranjero. Le pregunté cómo conocía una
buena parte de mi vida y continuó -Usted y su amigo el Señor…, navegaron en una
goleta desde Buenos Aires a Mar del Plata.
-¡Así es!, pero cómo?
-Corría el año 1945 ¿Lo recuerda? Cuando ustedes desembarcaron a su lado estaba
amarrado un submarino
-¡Es cierto!
-Bien, ese submarino era el U 530, uno de los dos que se entregaron luego de
terminar la guerra.
-¿Y nosotros que teníamos que ver?
-Sospechamos que podrían haber colaborado con esa nave, que estuvo navegando
muy cerca de la goleta, o haber bajado personal.
-¡Nosotros no hicimos nada!
-No se altere, ya pasó tanto tiempo, después de todo solo eran deportistas. Un
gusto Ingeniero buenas noches ¡cómo ha pasado el tiempo!
El Ingeniero había terminado su relato y su cena, se levantó, me miró, saludó y
se dirigió hacia la puerta. Tomó el picaporte y se dio vuelta. Una sonrisa
brilló por primera vez Dijo -¿Le gustó la historia? Antes de
retirase por última vez me preguntó -¿Qué habría en la lata? Yo
estaba anonadado, le dije que escribiría la narración. Me pidió que no lo
nombrara.
La publique en la Web y fue al mundo. A los pocos días recibí un E-mail desde
Italia. Una tal Sara Levy un poco ofuscada se presentaba y me exigía toda la
documentación que podría yo tener sobre la supuesta llegada de jerarcas
alemanes a la Argentina. Esta mujer (conocida escritora israelí) me explicó que
colaboraba con una rama de los servicios que buscan a los criminales nazis en
el mundo. Junto a su carta recibí el link a dos libros en línea que hablaban
sobre el tema. Hasta ese momento desconocía la frondosa existencia de
literatura al respecto. Así conocí las diversas investigaciones que se llevaron
a cabo en el país. El Secreto mejor guardado.
Saquen ustedes sus propias conclusiones.
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