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Cabalgar sobre las olas





Una Aventura del Mayna En Mar del Plata





El Mayna corta el agua, el mar se abre a cada golpe. Salta, se encabrita trepa por los pasillos y nos alcanza. Cuatro hombres en la inmensidad líquida, solo cuatro marinos aferrados incondicionalmente a su único medio de supervivencia. La tormenta arrecia, el silbido del viento es atronador. El puerto aún está lejos casi inalcanzable. Una parte del océano se levanta delante de nosotros y crece, la onda va a romper sobre nosotros. Con un rápido movimiento el capitán  deriva brevemente, cruzamos la ola en diagonal, el barco se levanta e inclina a babor. Una catarata nos sepulta, antes de orzar la espuma trepa casi hasta las crucetas.

Lejos nos sigue un cormorán, planeando entre la furia de los elementos.

Ordenes, gritos, todos a la banda, colgados. El mayor peso disponible para aguantar la escora, la tercera mano de rizo y solo un mínimo tormentín en proa no bastan. La presión sobre las velas es inmensa, el palo soporta el castigo tensado al máximo.

Otra vez una masa de agua barre la embarcación, cierro los ojos y me preparo para la orden que va a venir “viramos”. El barco gira, las velas por un instante guadrapean y las escotas se baten brutalmente. Nos lanzamos hacia la otra banda.

Ahora la costa no se divisa, estamos en el seno de una onda, vemos a lo lejos la rompiente que nos espera a la entrada del puerto.

En esos instantes de pura adrenalina, cuando pareciera que la vida está al límite, sentimos la alegría infinita del desafió, de estar allí, juntos. Cada uno en su función, todos dependiendo del otro y a su vez del Mayna,  que cabalga desbocado a la seguridad del puerto.

Las nubes, ahora bajas y negras se nos vienen encima, parecen rollos de lana sucia. Sabemos que el golpe de la tromba nos pegará duro.

Divisamos la boca del puerto, grandes olas nos cierran el paso, solo  un pequeño canal entre la pared de agua y las rocas, solo una oportunidad. No hay escape, la maniobra tiene que ser perfecta. Todos listos, el vang en la mano, ese cabo que  retiene a la botavara, el último salvavidas. El capitán grita “si nos tumbamos” filen al instantes o no vuelve el barco. La tensión nos embarga, la emoción hace vibrar cada músculo, la espuma nos ciega. El ruido ensordecedor del mar es un tambor gigantesco, atronador. Me aferro lo mejor que puedo, allí viene la rompiente. El Mayna se dispara con la última racha, escora, 35, 40, 50 grados. Medio barco bajo el agua. Cruzamos la entrada a velocidad, una onda nos levanta por popa pero tenemos el control ¡entramos! Todavía falta cruzar todo el puerto La furia de la tempestad es tan grande que incluso  en aguas confinadas la escora sigue…pero falta poco. Quinientos metros más adelante nos enderezamos, sacamos tormentín, prendemos motor y solo al final bajamos la mayor. Entramos en el Club y llegamos al muelle, como si fuese una suave gacela, el capitán acerca al brioso y querido Mayna con delicadeza. Tocamos tierra, estamos felices, enormemente felices por la aventura. En el bar nos espera aún un café caliente y la charla entre los afortunados marinos que han vuelto a casa

1 comentario:

  1. ME ENCANTA ESTA HISTORIA PORQUE HACE QUE TE TRANSPORTE AL LUGAR SINTIENDO LA SAL DEL MAR CON SOLO CERRAR LOS OJOS.....
    MARIELA MARTI

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