Ya te lo dije che, la vida nos pone a veces en
circunstancias que ni soñamos. Justo a mí, el flaco Martelli me pidió que me
ocupara del pobre Mono. A mí, que nunca había cruzado dos palabras con el tipo.
Así que se viene a morir. ¡Anda! Sentencio el flaco, nadie quiere ir al velorio
del pobre Cristo. Nadie se anima. El pobre Mono 45 años. Inútil negarme. No le
importó que no lo conociera. Me grito que yo andaba, por mi trabajo, con
enfermos y que no tenía excusas. Así que aquella espantosa tarde de mayo me
largué a la casa velatoria de los hermanos Carbone. Encima llovía y ya eran las
seis de tarde. Imagínate el cuadro. Yo, encargado único de acompañar al
difunto, al menos un par de horas. Me llevé unas revistas, claro. ¡Para un
poco! Ya vamos a llegar al tema. Un pobre tipo con una cara igualita a la de un
mono y todos queriendo saber si aún muerto seguía siendo un mono. El hombre
pasó su existencia escondiéndose hasta de los chicos, por su cara. Bueno eso es
lo que dicen ¿Vos lo viste alguna vez? ¿No? Date cuenta la gente habla cada
cosa. El negro Carbone, que alguna vez le dio una changa, contó que el mono
media un metro cincuenta. Torso grueso. Brazos increíblemente largos. Caminaba
algo encorvado y su cabeza…bueno un mono exacto. Sí, ya sé, monos hay a
patadas, que orangutanes, que chimpancés, macacos y que se yo cuantos más. Pero
el Mono tenía casi la cabeza de un gorila. Horrible, aunque no tan peludo. Sus
ojos lejos de ser negros brillaban con un azul profundo. ¿Sabes quién me lo
dijo? La Tía Herminia. ¡Herminia te digo! Che. La mujer del verdulero. Sí,
¡Como te gustan los cuentos a vos! La que se rajó con aquel empleado. ¡Que
quilombo se armó en el barrio aquella vez! La cosa es que no se entendía el
tema de los ojos claros. Pero eso no era lo importante. Lo notable fue la
mirada. ¿Si tenía los ojos azules? ¡Y qué se yo! ¿Vos sos tonto o te haces? Yo
lo vi muerto y los ojos estaban cerrados. No sé para qué carajo te cuento todo
esto. Voy a mirar el asado a ver si se pasa y nos arruina la noche. ¡Para con
el vino! La historia es larga y te vas a poner en pedo. Te digo algo: de acá no
te vas hasta el final. Esto no me lo guardo solo. Ustedes me mandaron a
despedir al pobre tipo. Ahora a aguantarse, pero despierto. ¡Pero que muerto de
hambre!, ya hay un par de chorizos para picar. Trae el pan tostado de la
parrilla.
Sigamos. Llegué nomás a la Funeraria de los hermanos
Carbone. ¡Qué tipos fríos la puta! Y claro, no es para menos. Un trabajo de
mierda ¿Te enteraste que la mujer de Carlos se piantó con un pibe joven? Y sí,
¿quién se puede calentar con Carlos Carbone? Ni una estufa.
Ya era de noche y diluviaba. El flaco Carlos, con esa voz de
mierda, cavernosa, me pregunta -¿Vino solo? -No, le conteste, con la hinchada
de Boca. -Sala uno, me dijo. ¡Pero qué tipo pelotudo! Tienen una sola sala y
tres o cuatro cajones.
¡Ya está la carne! Yo diría que morfemos tranquilos y con el
café sigo ¡Pero no te vas hasta el final!
¡Que carne Negro! Se deshace en la boca. Y después nos
quejamos. ¿Te das cuenta? Bueno, sí, ya sé, nos mal en muchas cosas. Los
gobernantes no son más corruptos porque no tienen tiempo. ¡Pero que carne hay
en este bendito país! Alcanzame la ensalada.
Y entré en la sala velatoria. ¡Que tristeza vieja!, ni una
flor. Solo una cruz de madera. Afuera el aguacero. ¡Un silencio! No me puedo
olvidar de la ventanita arriba del cajón. Los relámpagos iluminaban cada tanto
la cara del Mono. ¡Y si! tenía la cara parecida a la de un gorila. ¡Pero no sea
pelotudo! ¿Cómo va a tener colmillos? Era un hombre che. Además, la boca
estaba cerrada. Bueno no sé, nadie contó nada sobre los
dientes. Terminala.
¿Miedo? No que miedo. Tristeza de verlo tan solo y tan
tarde. Claro que cualquier noche debe ser jodida para morirse. Pero solo, en su
mísera piecita de pensión, debe haber sido aún peor.
El silencio dejó paso a la furia de la tormenta. Caían
piedras. Las chapas del techo explotaban en miles de disparos. Casi me quedo
sordo. Los fogonazos de los rayos generaban extrañas sombras. Como si el cuerpo
del Mono intentara moverse al son de tambores inmensos. ¿Las revistas? Cuando
me di cuenta se habían empapado por una gotera. Además, la única luz la daba un
gran velón de plástico. Una mínima luz mortecina. En ese momento se abrió
la puerta. El Flaco Carlos me pregunto si me quedaría. La verdad no
imaginaba otra cosa que el quedarme y cumplir con mi deber. No sé, le dije. El
flaco me pidió que, en el caso de irme, cerrara la puerta. El entierro se haría
a las 12 del mediodía, en el cementerio de Ezpeleta. Se acercó y me entrego una
llave.
-Voy a necesitar el documento. Es la llave de la pensión, allí debe
estar. Me dijo.
Nos quedamos solos con el Mono. No imaginaba que decirle.
Pensaba si, de alguna manera me viese. ¿Qué pensaría de mí, de ese extraño?
Pero decidme una cosa ¿acabas de tomar café, ¿no? ¿Vas a
comer más asado? Hace lo que quieras.
Entonces tomé una decisión me levanté para hablarle. Le dije
la verdad. Que lo lamentaba mucho y que me habían mandado en representación de
todo el barrio. Los muchachos no se olvidaban. Le pedí permiso, prometiéndole
que al día siguiente estaría puntual para acompañarlo hasta su última morada.
¡Haceme el favor, no te mates de risa!
En el perfecto fogonazo de un rayo pude ver todo el horror
de su cara. Un monstruo. Ahora la muerte desdibujaba hasta el más mínimo rasgo
de humanidad. Cerré la puerta con la pavorosa sensación de escuchar al Mono que
me gritaba ¡No me deje solo!
Salí a la lluvia y caminé las tres cuadras hasta la pensión.
La recordaba claramente. Vos sabes que supe noviar con la gordita Matilde. Duró
poco, pero ¡Cuantas tardes la pasamos mateando -por no decir otra cosa- en su
piecita! Justo al fondo vivía el Mono. La gordita le tenía un miedo bárbaro.
Encontrar la habitación no me daría problemas. Siempre y
cuando el turro del viejo Pascual no empezara a los gritos, creyéndome un
chorro. El tano es un viejo jodido.
¡Qué manera de mojarme! Mientras caminaba no dejaba de
pensar en el Mono. Tan solo en su cajón. Mira yo pienso que ojalá cuando uno se
muera no exista nada. Ni cielo ni infierno. Un corno. ¿Cómo que estoy loco?
Pero vos no entendés nada.
Para, para un poco. No te vas a ofender justo ahora
que viene lo bueno. Dejate de joder. Para que veas que no te quise ofender,
abrí ese armario. ¡Solo para los buenos amigos! Whisky inglés. Eso sí, nada de
comentarlo o los muchachos me la toman en un abrir y cerrar de ojos.
¿Estás más tranquilo ahora?
Te decía que, si al morirnos no hay nada, tampoco
sufriremos. Imagínate el dolor del Mono. Toda su vida tratando de ocultar su
fealdad. Si encima ahora que es fiambre llega a un lugar donde esté peor. Sí,
ya sé, los curas son unos turros. Meta miedo a la gente. A poner la platita
para la iglesia y el que se queja al infierno. ¡Qué tipos vivos, Che! Linda
manera no trabajar.
Y llegué a la pieza del Mono. Corrí las cortinas para que no
se viese la luz y a revisar.
¡Afloja un poquito con el Whisky! ¡Para qué carajo te lo
habré dicho!
La cama estaba manchada de sangre. Allí murió el pobre. Una
mesita de bar. Cientos de libros apilados por cualquier lado. No sé, de libros
no entiendo nada. Un roperito de esos con un espejo oval. Y adentro camperas,
un montón. De esas con capucha, como usan los pibes chorros ahora. Claro el
pobre tenía que esconder semejante cara.
En el fondo del ropero apareció la caja llena de fotos y el
bendito documento. Me senté en la sillita de paja. Vi foto por foto. Una chica
joven llevando al monstruito en brazos. Después Un orfanato. ¡Lo crió una
monja! ¡Quien más podía hacerlo!
La lluvia había parado. Ya me iba a descansar un rato a casa
cuando lo descubrí. Entre tantos libros allí estaba, como llamándome. El Diario
del Mono.
¡Ahora te entró el interés! ¡Déjame algo de whisky!
Sí, sí me llevé el Diario.
El tano seguía durmiendo así que nadie supo que esa noche
estuve allí
Ahora más vale que estés bien despierto
El mono tenía una letra perfecta, clara y derechita,
hermosa. Pero claro Che, sabía escribir. ¿Te creíste las boludeces de la gente
que decían que dormía en el sauce llorón de la plaza? Hablan cada
estupidez, así cualquiera llega a presidente en este país. Nos venden bananas y
las compramos. Deja de reírte, lo de bananas lo dije sin querer. Pobre Mono. La
cosa es que escribía tan prolijo que parecía a máquina. Sí, mi letra
es espantosa, ni yo me entiendo. ¡No te rías! El Mono fue un tipo meticuloso.
Cada día dejaba en su Diario las impresiones más importantes. Arranca en
el momento en que llegó a la pensión. En varias hojas vuelve a su infancia. No
solo su letra era hermosa ¡Un poeta el tipo! Cada inquilino fue pintado.
Los describió magistralmente. Hasta el carácter de cada uno. Como si sus
ojos hubiesen podido penetrar el alma de cada vecino.
A claro, no solo habló de la gente de la pensión. El barrio
entero está en ese Diario. Es más, vio cosas que ni te imaginas. Un detective
genial el Mono. ¿De Vos? Por supuesto que habla de vos. Y bastante largo. ¡Para
ansioso! No sé si te lo digo. ¡A te despertaste ahora! Pero sí te lo digo: Te
describe muy bien, dijo que sos un pelotudo a lo grande. ¿No te gusta? Ja, ja,
ja. ¡Grande el Mono! ¡Que visión! Si te enojas al final va a tener razón, así
que quedate en el molde, hay palos para todos. ¿De mí? No me conocía. Soy nuevo
acá. Zafé. Ni te imaginas de quien estaba enamorado. Dale arriesgaste, dale
larga un nombre. De la flaca Luisa. Sí, ya sé que fue tu novia cinco años. La
adoraba. Para, no insultes a un muerto. Por otro lado, según cuenta en el
Diario, Luisa entró un par de veces en su piecita ¿Y qué sé yo si se acostaron?
Si te dio bola a vos ¿por qué no al Mono? Para loco, para…es joda. Tranquilo.
Ahora esto es verdad ¿A que no te imaginas a quien le baja la
caña Don Pascual, el tano de la pensión? Termina, no es broma, va en serio. A
la Hermanita Matilde, la que se prepara para Monja ¡En serio! El verso ese que
el padre le manda dinero desde el interior no funcionó para su astuta mirada.
La guita se la da el tano. Sí, un turro. Y bueno Che estudiará para monja, de
allí a casarse con Cristo hay un largo camino, mientras
tanto práctica.
No todos son palos, hay gente que sale muy bien parada. Es más,
hay casos que ni sospechamos. El bancario, ese pobre diablo, Don Eusebio ¿Lo
ubicas? Ese. Calladito el hombre, nunca un sí o un no. Jamás una mujer. Es un
viejo extremista. La bomba en la Oficina de Correos la puso él. Ahí está, otra
que coleccionar estampillas. Bombas, Un buen anarquista. Bueno algo de razón no
le falta. Pero matar inocentes, eso ya es otra cosa. ¿Cómo supo tanto el Mono?
Justamente por lo mismo que representaba. Necesitó deambular cubierto, oculto.
Su espantoso aspecto asustaba a todos. Sin embargo, nadie pudo imaginar su
verdadera naturaleza. Su poder. ¡No! Te equivocas totalmente. Nunca quiso
lastimar a nadie. Es como si un pintor dejara en la tela imágenes pavorosas de
una época y por ello fuese acusado de hereje. El artista muestra el
mundo como es.
Lo singular es que no solo anotaba los pequeños hechos
y luego los unía para tener una visión general sobre un sujeto. Se hundía en el
alma humana, asomándose tanto a los sufrimientos como a las alegrías de sus
vecinos. Secretamente se flagelaba emocionalmente cuando alguno pasaba, de la
abulia diaria al dolor. En la época en que la hija pequeña de la modista
enfermó y murió, el Mono sufrió horriblemente. Su dolor se magnificaba porque
él no podía acercarse al sufriente y darle al menos una palmada. Nadie lo
aceptaba.
Vieras la letra parejita manchada por las lágrimas. Lloraba
por los demás, en un silencio solitario, cruel. Ese fue su secreto. La
necesidad de brindarse y no poder hacerlo.
Durante meses registró las conversaciones de los vecinos.
Anotándolas en los márgenes de su diario. Tenía una memoria prodigiosa. Así puedo
saber, por ejemplo que le dijo la lavandera a Don Raúl. ¿Qué le
dijo? Don Raúl trabaja para un quinielero. Ellos levantan los números y los
pasan. El Comisario les exigió dinero para dejarlos tranquilos. El Mono pasó
como una sombra y paró la oreja. Sí, sí, tengo eso y mucho más. Nombres, días
horarios. Nuestro barrio de clase baja, de trabajadores, de familias
bien constituidas, es un antro de víboras. Siete prostitutas, tres proxenetas.
Varias levantadoras de juego. Cinco alternadoras.
¿Queréis algo peor? El Pastor Jiménez. Sí, ya sé que es
amigo tuyo. Te dije que el Mono observaba a todos. Hace tres meses la hija del
Carnicero y de Doña Violeta estuvo enferma. Nadie se dio cuenta menos el Mono.
Caminaba mal. Los ojos llorosos. Dedujo que algún dolor abdominal severo tenía.
No se quedó conforme. Durante días siguió a la enferma. No hablaba con las
otras chicas del barrio. Su carácter había cambiado radicalmente. Una tarde
Doña Violeta y otra fanática del Culto, Raquel, la viuda del sodero, se
encontraron en la plaza. El Mono rápidamente estuvo a su lado. Hizo lento su
paso. Claramente escuchó decir a Doña Violeta -Ha sido la voluntad del Señor.
La niña sufre ahora, pero al entregarse al Pastor se abre a Dios. Es un hombre
santo. Necesita a las vírgenes. Hemos tenido suerte que se fijara en nosotros.
Ojalá le toque pronto a su hija. Ahora contaba con la prueba. Esperaría. Tres
chicas más han sido abusadas por tu amigo. ¡Lindo turro! Seguramente
seguirán más. Sí, sí algo habrá que hacer.
Cuenta parte de su infancia. La recuerda y nos muestras el
dolor, el desprecio en toda su magnitud. La escuela primaria la hizo en el
Colegio Marianista. Allí estuvo pupilo. Fue una época atroz. En aquel colegio
católico solo permitían varones. Los maestros deambulaban enfundados en sus
largas sotanas. El uniforme era un guardapolvo oscuro de tela gruesa y cruda.
El color gris, las luces tenues, los curas con sus negras ropas, todo imprimía
en el alma del niño un pavor único. El silencio de los claustros. La
religión y la mención de un infierno, todo hacía imaginar al pobre Mono que una
gran boca lo tragaría y lo llevaría las profundidades del fuego y el
castigo eterno.
En el aula quien no respondía al maestro era golpeado
primero con la regla en los dedos y luego debía colocar la mano en su
escritorio, quien largaba la pesada tapa sobre el desventurado niño. Pero el
dolor físico no lo era todo. Otro mucho más sutil y terrible se infringía en el
alma. Como un lejano resabio de la Inquisición el “condenado” debía caminar
despacio hasta su cadalso. Allí recibía el castigo. Todos, lejos de sentir pena
por el acusado, se sentían orgullosos de no haber sido ellos. Se entregaba a la
víctima para calmar al Dios.
Almorzaban y cenaban en un largo comedor, con mesas donde
cabían unos vente niños. En cada cabecera un cura, como un cancerbero observaba
regla en mano. Al lado del Mono se sentaba un niño rubio. El Cura a su lado le
gritó, con vos de trueno - ¡come! El pobre muchacho lleno de pavor comenzó a
temblar. El religioso le partió el plato en la cabeza, lastimándolo bastante.
Pero el Mono vivía aún una situación mucho peor. En los
recreos le gritaban ¡Mono! ¡Mono! Por las noches pasaban sus compañeros, por su
cuarto, arrojándole lo que hubiesen encontrado. A la madrugada él se levantaba
en silencio y juntaba todo.
Cuando lo asaltaba algún sentimiento de venganza pensaba que
no sabían lo que hacían. El perdonaba. Solo cuando se refiere a las enseñanzas católicas muestra
su resentimiento. No por los dolores que a él le causaban, si no por los demás.
Lloraba en silencio por la atroz mentira que desde tiempos remotos se había
logrado instalar en los corazones humanos. Mentira que contaba que un señor
llamado Cristo se dejó matar para redimir al mundo. Una falacia insostenible ya
que, de haber existido en un pequeño lugar como Judea, sus palabras jamás
hubiesen podido llegar a TODOS. A las Américas, a Oriente, etc. Con lo cual
desde el principio se permitía que al supuesto Reino de los Cielos llegasen
solo aquellos que hubiesen podido escuchar su palabra. Afuera quedaba condenada
el resto de la humanidad. La historia fantástica se edificó siglo tras siglo en
el poder del miedo. En ofrecer la vida eterna a cambio de obediencia debida.
Claro, imposible de comprobar. El Mono entendía en lo más profundo de sí que el
poder había logrado vender la ilusión más sublime. Vida para siempre. Abusando
de la necesidad más humana: de la esperanza. Creando castigos y guerras.
Juntando cada vez más poder, la iglesia lejos de salvar al hombre lo condenaba
para siempre. Para ello necesitaba inexorablemente del fanatismo de los fieles
y de su ignorancia.
Pasaban los años y su fealdad se agigantaba. Cada vez su
cara se asemejaba más y más a la de un mono. Las burlas crecían. Él se
refugiaba en la lectura y en las sombras.
Aunque maldecía a la Iglesia católica por todo el daño
causado a los seres humanos, soñaba secretamente con que llegara a ser
monaguillo. No porque creyera en el ritual. Solo para estar allí delante, para
ser reconocido. Una noche el Padre Galván le dijo al oído -Monstruo nunca,
nunca estarás en el altar. Desafiando su autoridad le contesto - ¿No es
que Dios no hizo a su imagen y semejanza? Eso le costó varios días de castigo.
Pero no se quebró. Comprendió que estaría siempre solo. Dependería nada más que
de sus fuerzas. No podría cambiar su cara, pero lograría aumentar sus
conocimientos. Elevarse sobre los demás. No buscaba ser superior. Necesitaba
sobrevivir en un mundo terrible para él.
Ahora te callaste. Se acabó la joda, va en serio. Sí, tenes
razón. Ninguno comprendió al ser maravilloso que tenía a su lado.
¿Cómo logró que no lo viesen cuando miraba o escuchaba
conversaciones? Es fascinante. El Mono pasó cientos de veces a tu lado. Te
estudió como a todos. Sí, a vos. No lo conociste, pero el sí. Una anciana
indiferente, con un pañuelo en la cabeza y una bolsa en el brazo…un viejito con
un sombrero y un pañuelo en la cara…Un hombre maduro con grandes lentes
oscuros. Mil formas, muchos personajes. Su roperito y un baúl están repletos de
disfraces.
¿Sorprendido?
El Mono estudiaba. Hablaba y escribía con fluidez inglés,
alemán, francés, y mandarín. Cientos de libros de filosofía fueron leídos y
comprendidos. Experto en matemáticas, física y Astronomía. Fue un lector ávido
y comentaba cada obra. Encontré Miles de hojas con su letra. Diseñó un sistema
de aprendizaje de idiomas extraordinario. Yo que solo llegué como vos al sexto
grado primario, casi puedo leer en inglés.
Luego de la educación primaria siguió estudiando, pero ya no
fue a la escuela. El costo de las burlas significó demasiado para él.
Tuvo un romance, por carta claro. Ella cosía para una
fábrica de ropa para hombres. Sus padres habían muerto. Por casualidad encontró
una carta de lectores publicada en un diario. Le escribió y desde entonces el
Mono iluminó su alma. Estaba radiante. Cada semana se despachaban dos cartas.
Ella puntualmente contestaba. Al ir descubriendo el ser magnífico y único que
iba brotando en las palabras, ella se enamora aún sin conocerlo. Le pide una
cita. El pobre Mono pasó de la alegría al sopor más profundo. ¿Cómo podría
mostrarse? ¿Cómo decirle la verdad y no herirla? Si no aceptaba la cita, ella
pensaría que la rechazaba y sufriría. Fijó un horario y hablaron por teléfono.
Al escucharlo le dijo -¡estoy segura que voy a amarte y sacarte de la soledad,
dejame intentarlo! Él abrió su corazón como nunca lo había hecho. Sus palabras
se quebraban por la emoción. Ese momento sería irrepetible, único. Toda su vida
estaba en juego. -¿Qué te pasa? le pregunto ella. - ¡Es que soy un monstruo y
nunca podrás mirarme a los ojos! -¡Eso lo voy a decidir yo! Dijo y se fijaron
una hora al día siguiente. Él eligió un lugar apartado de la plaza por la
noche. Necesitaba alguna ayuda.
¿Qué ocurrió? Allí el Diario no cuenta nada del asunto. Como
si nunca hubiese existido. Supongo que la pobre mujer huyó espantada.
El Diario sigue con un par de escritos que no tienen que ver
con el barrio, pero extraordinariamente bellos. He copiado algunas partes:
“La sombra recorre las calles vacías….
Aún alguien espera al último colectivo.
Los lejanos barrios reciben a los hombres cansados.
Las luces amarillas iluminan los charcos en el barro.
Las pequeñas ventanas de los grandes edificios bostezan a la
noche.
Adentro millones de vidas esperan impávidas otro día de
trabajo.
Alguna vez un sueño ilumina a algunos y crea una falsa
esperanza.
En otros sitios extraños muchachos encapuchados se intoxican
con el alcohol nocturno.
Cuerpos que se venden y se compran
Yo deambulo en las oscuras calles, yo una sombra más que ve
lo que otros ignoran.
Un perro en un umbral tiritando.
Un mendigo cubriéndose de la vida se tapa con harapos.
Sueños de hombres con mujeres. Las burbujas del champagne
trepan hasta el cielo brillante de los restaurantes.
Corren los autos, dejando mínimas estelas de luz como breves
ríos de fuego.
Indiferente el neón se prende y apaga. Abajo unos ojos
vidriosos miran sin entender.
La luna corre sobre los altos edificios.
Todos duermen en la inconciencia del propio conocimiento.
En la certeza de la felicidad que los anuncios han creado.
La ciudad brinda millones de inútiles objetos que todos
desean.
Regreso lento a mi mínima cama. A mi mundo de libros y
sueños.
A mi escondite. A la ropa que oculte mi alma. A la noche
eterna de mi vida.
Al menos otros tienen a la mano que acaricia sus caras. A la
sonrisa simple pero felizmente necesaria. A dos ojos que los miran con ternura.
Entonces no importan las largas jornadas de suplicio en
paupérrimos trabajos.
La caricia indispensable trepa hasta las estrellas y arranca
sonrisas.
El elixir se ha tomado y otro día está por llegar.
Yo también cierro los ojos en la certeza que nunca beberé
esa fantástica bebida.
Las sombras serán siempre mi refugio, los hombres lejanos
seres inalcanzables.”
¡Estas llorando! No tengas vergüenza yo también. Servirme
otro whisky.
Él no se contentaba con el extraordinario muestrario de
vidas del barrio.
Una tarde en la Estación Constitución, convenientemente
disfrazado, siguió a un ciego. Un hombre gordo con una bolsa sobre su pecho.
Gritaba golpeando su bastón -¡Una Moneda! ¡Una Moneda! Algo le llamó
la atención. Tal vez su voz gangosa. Un sonido extraño que parecía brotar de
alguna oscura caverna. Asoció al ciego con la oscuridad. Pero no la negrura
obvia de un no vidente. Intuyó sombras. Y durante días lo siguió. Tuvo una
ventaja los miles de personas que pasaban a su lado lo ocultaban. El ciego
graznaba una y otra vez
-¡Una Moneda! Su grito hacía pensar en un cuervo.
Una mañana la bolsa que colgaba de su cuello se rompió.
Cientos de monedas se desparramaron. El ciego desesperado se tiró al suelo
buscando frenéticamente. Después tomó un tren y luego otro. El Mono lo siguió.
Se perdió en una esquina. De pronto el ciego se abalanzó con furia sobre
nuestro hombre y le gritó ¿Por qué me sigue? ¿Quién es usted? El aliento le
trajo fugaces recuerdos. Tal vez una marisma, aguas putrefactas. Cuevas.
Animales arrastrándose entre una pegajosa niebla. El Ciego levantó el
bastón hacia la cabeza del Mono, éste se defendió de la forma más terrible se
sacó la capucha. El supuesto ciego lanzó un tremendo alarido y espantado
desapareció.
La narración más extraordinaria y la última es la del
violinista. Sí, un músico. El Mono en una noche singularmente tibia, sintió la
necesidad de caminar. Se dirigió hacia el barrio de la Boca. Por alguna razón
sus pasos lo llevaron a otro lado. Al llegar al parque Lezama ya eran las nueve
de la noche. Se sentó como otras veces cerca de la Estatua de Ceres. La misma
donde el legendario personaje de Sobre Héroes y Tumbas, Martín conoce a
Alejandra.
Venus brillaba con una luz inmensa. Entonces escuchó la melodía.
Aunque venía de lejos penetró enseguida en su alma. Se dejó llevar a mundos
imaginarios. Las hojas de los árboles temblaban. Se levantó y siguió ese
fantástico sonido. Finalmente encontró al viejo hombre. Sobre un banco de
piedra apoyaba su cansado cuerpo. Maravillado el Mono vio la lata de aceite,
una simple madera y un par de cuerdas. Con ese mínimo instrumento los sonidos
creaban una maravillosa melodía. Trepaba más allá de la copa de los árboles. Él
solo disfrutaba extasiado de cada nota. El arco del violín subía y bajaba. Se
movía como si la mano de un Dios la impulsara. Estaban solos. Aquel maravilloso
sonido trasportaba al Mono por caminos jamás soñados. Un bosque de pinos con la
luz filtrándose suavemente entre los troncos. La mano subía, bajaba. El arco
temblaba. Un moviendo hacía que los árboles se arrullaran con una brisa suave.
Las piñas golpeaban entre sí como si miles de pequeñas campanas emitieran la
misma nota. El Mono perdía el equilibrio, giraba, daba vueltas. Se mareaba.
Ahora el violín lo depositaba en una llanura increíblemente verde. El sonido
del viento se percibía con delicadeza sobre la hierba. Hasta las enormes nubes
blancas imprimían al ambiente un sutil murmullo. Luego la lluvia arrancaba a
la tierra golpeteos monocordes que iban creciendo. El cielo se cerró y la
tormenta estalló en toda su furia. La mano subía y bajaba frenéticamente. Ahora
ráfagas arremolinadas de agua barrían el campo. Él se encontraba en una
solitaria glorieta protegiéndose del vendaval. La oscuridad daba paso por
instantes a los rayos. Cientos de ellos caían por todos lados. Encendían
provisoriamente el piso. El trueno repetido hasta el agotamiento hacía pensar
en tambores. Timbales. La mano seguía creando aquella fantástica cabalgata de
elementos. La tormenta amainó. Las cuerdas generaron pequeñas gotas
tamborileando sobre el techo de la glorieta. Poco a poco la furia dio paso a
una música más calma. El cielo se abrió y los últimos rayos de un ocaso
impecable acercaron el sonido de unas flautas lejanas pero exquisitas.
Brillaron las estrellas y una luna gigantesca trajo el último acorde tan bello,
tan perfecto que el Mono rompió a llorar y abrazo al músico ciego. Desde aquel
momento lo visitó muchas noches, hasta que un día ya no regresó. El mono esperó
durante días, hasta que comprendió que quizás ese fantástico personaje habría
partido en un viaje final. No tuvo tristezas por él. Comprendió que alguien, la
vida, quizás Dios lo hubiese puesto en su camino solo para el, entre tantos millones de
seres agobiados. A su vez fue para ese hombre su más apasionado admirador.
Así terminó el Diario del maravilloso Mono. No hay nada más.
Aunque no te leí lo que cuenta de muchos de nuestros vecinos. Tengo un arma
poderosa en las manos.
No podes parar de llorar. Sí, ya se nunca le hablaste y
hubieses querido hacerlo. Tantas cosas podríamos haberle dicho, pero ahora es
tarde.
De acuerdo, mañana vamos juntos al cementerio, le llevaremos
unas flores.
Aquí estamos. Sí, le hice colocar esta plancha de mármol.
Quedó bien. Pobre Mono ¿El nombre? Allí está. Lo conocías. No te lo dije. Lo
guardé hasta el final. Claro el mismo. Cada semana lees en el diario sus
historias. Sí, es él. Tanto te deleitaste con sus breves cuentos.
La vida es extraña. Crea sinuosos caminos para hacernos comprender
lo más simple: la belleza no se encuentra en los cuerpos, se halla en lo
más profundo del alma humana. El Mono lejos de ser un hombre horrible fue
tocado para la vara mágica de la belleza interior. Un ser único e
irrepetible. Que descanse en paz. Creo que podemos considerarnos ahora sus
amigos. Vamos. ¡Chau Mono!
Gracias Germán por despertar sentimientos que mandamos a dormir hasta que alguien con el complicado y a la vez simple don de la escritura, los despierta. Gracias por ayudar a rehumanizarnos....
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