En aquella época nos alojamos en la casa de un amigo de mi padre, en una
pequeña aldea al oeste. Poco para hacer para un adolescente. Mar, snorkel y
mucho coral. A escasos cien metros de la costa una inmersión nos muestra todo
el coral hasta donde se pierde la vista. Disfrute aquello cada día. Hasta que
encontré el barco, un viejo carguero de hierro, descansando para siempre, sobre
la arena. Las olas no llegaban a él, por lo cual su estado era aceptable.
Cincuenta metros de eslora y una escala de grueso cabo me invitaron a su
interior. Desde ese día hasta mi partida no dejé de recorrer sus pasillos, y de
conocer su historia, narrada por su Capitán un tal Ericsson. Descubrí su Diario
de Bitácora casi por casualidad entre un montón de viejas cartas. Así supe del
drama de los hombres del MarckSea y su extraña historia. Transcribo los últimos
cinco días antes del naufragio textualmente: 1 de septiembre: 40 millas al
noroeste de San Andrés, la niebla sigue igual a los últimos cinco días.
Navegación a mínima velocidad, radar descompuesto. A las tres de la tarde la
radio extrañamente deja de funcionar. Estamos sin comunicación. A las cinco el
compás gira de los 182 grados a los 206, va y vuelve. No hay forma de
corregirlo. El Primer Oficial Stevenson tiene su pínula, produce la misma y
caótica lectura. No son los instrumentos, es el lugar. He dado órdenes de parar
las máquinas y esperar. Vigías a popa y proa, señales sonoras cada diez
minutos. La noche ha llegado con una lobreguez que nos pone a todos muy susceptibles.
Hemos cenado en silencio. Guardias cada cuatro horas.
2 de septiembre Ha amanecido, pero nada se ve,
es como estar en un limbo. Ahora no podemos determinar nuestra posición. La
radio sigue descompuesta. El mismo error en los compases. Profundidad no
podemos medirla. He calculado una deriva mínima de cinco millas. Los hombres
están nerviosos. Stevenson pretende bajar la lancha pequeña y guiar el barco.
No creo que sea seguro. Esperaremos. 18 horas, la niebla sigue. Igual
condición. 22 horas. Misma situación. La noche trae otra vez los viejos
fantasmas. Algunos hombres creen haber escuchado sonidos muy cerca de la popa.
Reforzamos las guardias.
3 de septiembre Amaneció con una llovizna tenue y persistente
empeorando todo. El contramaestre resbaló y se quebró la pierna. No podemos
seguir así. Moveremos el barco con el mayor de los cuidados. 10 horas estamos
en marcha a cinco nudos. Todos estamos tensos. Ha llegado la noche, la niebla
igual, no podemos precisar posición.
La costa no aparece.
4 de septiembre Anoche a las cuatro de la mañana colisionamos sin
producirse danos. Extrañamente un barco de nuestra misma eslora se apoyó sobre
la banda de babor. Paramos máquinas. Lo amarramos y cinco hombres subieron a
él. Un silencio fuera de lo común envolvía a aquella nave. Ni una luz.
Stevenson que lo abordó con sus hombres pudo avisar que estaba totalmente
vacío. 10 minutos más tarde Stevenson habló por última vez con un walki
talki.-Es terrible capitán, hay féretros, más de veinte en la
bodega-. Ruido y luego silencio, un aterrador y apabullante silencio El mar
hasta ese momento en calma rugió con una fuerza incontenible. Las amarras se
cortaron. Gritamos una y otra vez a los hombres en el barco muerto, pero solo
el viento lúgubremente nos contestó Un viento de 60 nudos surgió de la nada.
Las máquinas han dejado de funcionar. Perdimos a Stevenson y cuatro hombres.
Inexplicablemente nuestra nave huye a un vació desprovisto de formas.
Solo la tenue oscuridad de la niebla nos rodea.
5 de septiembre La letra del Capitán está confusa, apenas alcanzo a
leer: El fin se acerca.
Devolví la bitácora al mismo sitio donde lo encontrara. En ese momento un
resplandor mi hizo mirar por el ojo de buey. El sol entre dos palmeras en forma
de V se deshacía hacia la noche. Hipnotizado por el fascinante juego de colores
vi como una masa amarrilla se convertía en un pálido azulino antes de
llegar al horizonte. Me levanté, estaba en penumbras. Corrí algo asustado por
el corredor para salir a cubierta, entonces claramente escuché un murmullo
creciente, a la vez que el barco suavemente vibraba como si las maquinas
hubiesen cobrado vida -yo sabía-que eso era imposible. Me apoyé en una de las
escaleras que iban al corazón del destartalado buque, y percibí la luz. Alguien
o algo estaban allá abajo. Corrí y tropecé en una de las escotillas, De pronto
el murmullo se apagó y el barco dejó de temblar. Me habían escuchado.
Finalmente me descolgué por la escala de soga. Cien metros más allá contemple
la triste figura del barco, detenido para siempre en la arena. Pensé en los
hombres y en el otro barco, el de los muertos. Al siguiente día le pregunté al
marino más viejo de la localidad sobre el extraño navío. Dijo saber poco, algo
sobre una tormenta. No encontraron náufragos, desde ese día nadie ha subido a
él. Le expliqué que yo había trepado a él por la escala. Me contesto que dejara
de inventar, que no
había ninguna escala. Dos días después nos fuimos de la
isla. La barca nos alejaba lentamente, al doblar por la bahía mire por última
vez aquel extraño y macabro barco. El viejo tenía razón, la escala no
estaba.
.
Macabro pero interesante
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