Para empezar, convengamos que los piratas de todos los
tiempos no fueron otra cosa que chorros embarcados. Los de hoy en día se han
sofisticado, nada de cañones ni pesados barcos a vela. Lanchas rápidas y armas
automáticas.
No puedo con el genio, tanto leer a Salgari, deleitarme con
cuanta literatura marinera cayera en mis manos, lograron hacerme suponer que
aquellos piratas que desde el viejo continente llegaban al Caribe, fueron
románticos navegantes ávidos de aventura. Macanas puras ladrones y asesinos,
pero cada vez que pude deleitarme con los cielos caribeños he imaginado que
finalmente vería aparecer algún bergantín salido del tiempo y desembarcar a
aquellos duros y brutales marinos.
Decenas de nombres famosos llenan los libros. Uno de tantos
fue Henry Morgan, galés nacido en 1635 y muerto en Jamaica en 1688. Fue un
hombre con una capacidad extraordinaria de mando. Decenas de brutales
tropelías, saqueos y matanzas llevan su nombre. Desde Jamaica y con la ayuda de
filibusteros atacó Puerto Príncipe, Portobelo, Maracaibo, Gibraltar y
finalmente Panamá. Para esta última empresa logró reunir una flota 37
navíos y 2000 hombres. En aquellos tiempos Panamá era un enclave español.
La eligió por su gran actividad comercial debido al tránsito
comercial entre los océanos Pacífico y Atlántico. Además, era punto de llegada
de la flota de plata de Perú. Era la localidad menos protegida y
dependía de la selva para su resguardo. Previo a la campaña, Morgan exhortó a
sus hombres a actuar sobre los españoles como «enemigos declarados... del Rey
de Inglaterra,». Según se cuenta el Gobernador de Panamá había
enviado a uno de sus hombres a contactar a Morgan. Este le manda su pistola
como regalo con una advertencia: la recuperaría y la dispararía sobre el
Gobernador.
Desde la costa del Caribe a Panamá había que atravesar 80
kilómetros de espantosa selva, plagada de belicosos indígenas. Pero Morgan no
se achicaba. Decidió viajar con poca carga (y poca comida). Ello le valió una
hambruna en aquellos parajes. Imaginemos las peripecias de semejante campaña.
Pierde varios hombres por las flechas indígenas. Al fin hambrientos divisan
desde una loma la ciudad. Los españoles no tienen mejor idea que lanzar a los
atacantes una estampida de toros. Dos temas: A) había llovido y el piso era
puro barro, así que los toros más que correr saltaban y B) Los piratas estaban
muertos de hambre. Por lo tanto (y mucho antes que nosotros los argentinos
inventáramos el asado) los hombres de Morgan se mandaron un asado con cuero de
aquellos. Pero si los toros la pasaron mal mucho peor les iría a los españoles.
Resulta que quien mandaba en Panamá no era otro que aquel tonto a quien Morgan
le enviara su pistola y una amenaza.
Para hacer corta la historia los españoles que pudieron se
escaparon sin más. Un mes de juergas, violencia sin límites y saqueos duro
aquella estadía.
El galés mandó patrullas por tierra y por mar en los
alrededores en búsqueda de riquezas escondidas. En su estadía se realizaron
torturas a algunos prisioneros para obtener más fortuna. Mención aparte merece
el relato de una mujer de notable belleza cuyo marido había partido en razón de
un viaje comercial. Morgan trató de portarse de buena manera con ella al estar
como cautiva, pero al cabo de tres días mudó su actitud hacia una más violenta
con ánimo de abusar de la dama. En vista que sus propósitos desfallecieron ante
la firmeza de la mujer, la mandó a encerrar en un calabozo. Tanta selva y
privaciones habían logrado exacerbar las hormonas de Morgan, pero la dama no le
da bolilla.
Se robaron casi todo, aunque ante la envergadura de la
operación, fue poco el botín. La iglesia de Panamá (lugar que he visitado)
tiene su púlpito de oro. Ante la llegada de Morgan los religiosos cubrieron con
estuco el oro y lo pintaron de amarillo. Dicen que Morgan entró en la iglesia y
pregunto ¿Quién hizo esta porquería? Así salvaron a la iglesia.
El pasado año me encontraba en el aeropuerto de la Isla de
San Andrés (que Morgan usara como base para su ataque a Panamá) y escucho la
llamada para embarcar en primera clase:” Sr. Henry Morgan por favor acérquese
al mostrador” Un frío me recorrió la espalda ¿En qué siglo estoy?, me pregunté.
Efectivamente un tipo así llamado ingresó primero al avión. ¡Pavada de
acompañante yo volé desde San Andrés a Panamá con Henry Morgan! Los tiempos han
cambiado.
Alguien escribió:
Esta es la balada de Henry Morgan
que turbó el sueño del Rey de España
con su piojosa, desaliñada e infame cuadrilla
de ratas de agua de los mares españoles,
libertinos, canallas y locos malandrines
caballeros arruinados y andrajosos
la escoria y látigo del hemisferio,
que saqueó el botín de los majestuosos galeones,
al mando de Morgan, el bucanero.
tú, maestro, solías enseñar sobre el pirata Hawkins
tú, maestro, solías enseñar sobre el pirata Morgan
Y decías que era un gran hombre...
no puede engañar a la juventud
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