La calma que precede a la tempestad. Todo estuvo allí, en
cada nota tibia que el equipo de música desparramaba tan quedamente. Tus ojos
claros me observaron con ternura, casi una caricia del aire llegaba hasta
nuestra piel en la medida justa del tiempo que corría indiferente hacia nuestro
propio fin. Mientras lentamente recorro cada centímetro de tu cuerpo y cierro
los ojos solo para absorber hasta el último aliento de tu perfume.
Las noches, los días, los años, ahora en la lejanía inútil
del tiempo recuerdo momentos aislados de aquella felicidad acabada. Tantas
veces nos reíamos pensando en un futuro que no llego, nos veíamos ya viejos
esperando muy lentamente el final. Pero hoy ya no hay un mañana que esperar,
nada, solo el vacío último del polvo de nuestros huesos escapándose en el aire.
Sin nuestros cuerpos juntos, sin un momento para compartir, sin un sueño para
creer. Ahora ya no hay que desear, solo chispazos de emociones de aquellos
tiempos. Ahora respiro el aire sin ganas, solo por vivir inútilmente, solo para
seguir hasta otro horizonte, sabiendo que más allá solo hay otro y otro. Un
vacío frío e inmenso, nada más.
Mi barco navega ya sin ganas hacia cualquier puerto, me da
los mismo, ahora sé que no hay un sentido. Y cuando lo hubo, cuando firmemente
reíamos acompañándonos, deseándonos, cuando todo era fuego, emoción y
tranquilidad no imaginamos jamás que algún día nos miraríamos vos con decepción,
cansada y hasta hastiada y yo deshaciéndome como un sol negro en un horizonte
de dolor, sin aceptar el desprecio inconcebible, si querer entender que el fin
del tiempo llegaba. El duro castigo de saber, de comprender en una explosión
intolerable de certeza que te perdía. Entonces cuando de pronto en un café
remoto, en algún rincón de la ciudad sin tomarme de las manos dijiste -basta- y
volaste sola y lejos, no alcanzaron las suplicas, ni palabras, ni
gestos, ni siquiera apelando a tanta vida juntos, que te retuviera ni una
noche más. Entonces en el sufrimiento corrosivo de tus terribles palabras y
aquella mirada fría y durísima, supe que el destino me alcanzaba riéndose a
carcajadas, diciéndome quedamente al oído "se acabó". Ya no era vos ahora
esa persona, fuiste otra muy diferente, no aquella que tantas veces llene de
calor, de ternura y amor. Cuantas veces te pregunte por que estabas a mi
lado y me decías porque sos tan tierno. Aún recuerdo aquella música
maravillosa, como tus labios se movían con tanta calidez. Pero en aquel día
aciago, en el final de tanto cariño fuiste otro ser, llegado mágicamente de
alguna terrible dimensión, abriéndome de un hachazo certero cada nervio,
cada fibra. Lo peor llego días después, mientras deambulaba perdido de café en
café, cuando caminaba si destino por las calles, en el día más triste de
lluvia, te imaginé sin mí y no pude, entonces en un rayo de claridad sentí
la culpa dentro muy adentro. Comprendí que mi propio dolor solo había sido
causado por mi torpeza, que todas las palabras hermosas que te había dicho no
habían servido para nada, ni las caricias ni la pasión. Y me pregunte que
es el tiempo, como disfrutamos solo momentos, como no hay eternidad, que todo
es transitorio y fugaz. Que cada momento vivido deberíamos haberlo gozado
intensamente con la visión de la perdida futura, pero entonces podríamos haber
rectificado nuestras acciones. Te habría amado aún más y en lugar de solo
alguna compañía y palabras dulces me hubiese encadenado de alguna forma a tu
vida, no te habría lastimado una y otra vez.
Ahora en mis días grises aún llegan latigazos de dolor. ¿Qué
hacer cuando somos conscientes del mal causado, de la destrucción sistemático
del otro? Nunca, jamás supuse que el dolor hecho a otro sería mi propio y
absoluto dolor. Que no habría forma de escapar, de volver atrás, de
recuperarte. Quizás la definición más justa de Ética sea la de no
lastimar al otro. Lo que yo no hice, entonces no fui ético, te arruiné creyendo
que jugaba, que nada pasaría. Poco a poco inicie mi propia destrucción y digo
mía porque te seguí amando, más allá de toda posibilidad, y es por eso que la
culpa es la lanza en el pecho, la daga en la carne trémula. El frío metal me
recuerda cada día que en ese momento nada hice para evitar el fin y también tu
sufrimiento
Aquella última tarde en que miraba ya a otra persona dijiste
las palabras lapidarias y terribles "yo ya nunca más volveré a ser la
misma persona", "ya nuestra vida no es posible". "Me iré
olvidando". Las palabras se me quebraron mientras mi alma sin consuelo
paso de pronto al infierno. ¿Saben que es el infierno?, en lugar en que yo
vivo. Un sitio en donde se tiene total conciencia de estar, se conoce la causa
y se sabe que no hay ninguna forma de salir, de escapa, de cambiar la atroz
realidad.
En la vida-quizás- por suerte para ellos- hay personas tan
simples que sufren menos, como si un animal con el cuero muy grueso sintiera
menos la flecha.
Mi dolor crece en lugar de perderse, de deshilvanarse en los
días. Nada ni nada puede amenguarlo. A veces en las noches despierto en el
sudor de la ausencia e inútilmente vuelvo a verte en los mejores días de
nuestras vidas, jugando, caminando, viajando a algún lugar juntos. JUNTOS qué
palabra absoluta, es una expresión parcial, acotada solo aun tiempo, a
momentos. Nada es para siempre, aunque sí, el dolor causado es completo,
irresistible, lacerante y por supuesto definitivo.
A veces en las tardes avanzadas, cuando el día comienza
lentamente a retirarse me encuentro en alguna plaza y te veo venir alegre a
hacia mí. Me abrazas y nos vamos, tomamos un café, nos reímos de pequeñas
cosas, alguna vez te lleve una flor y no alcanzaba, no pude entender que cada
pequeña omisión mía me llevaría al abismo y al dolor. Entonces cuando creo
volver a tenerte, tu imagen desaparece y no estás. Ahora detrás del cristal
mojado por la lluvia veo a un perro que cruza, una señora y un niño. Alguien
dice algo en otra mesa. Una pareja se toma de las manos y no estas, nunca,
nunca más.
Ahora se en lo profundo del alma, en la certeza más clara que no
hay respuestas, que no tenemos certezas, solo oportunidades., y las perdí todas, por
no mirar el abismo de tus ojos, lo que tu alma y tus ansias buscaban. No supe,
no quise, no hice nada para que el futuro no me encontrara en el infierno.
Cuando el último final llegue y mis cenizas se mezclen
en algún océano, espero el olvido y el comienzo de la nada. Si por el contrario
aún me espera atormentadoramente otro suplicio, otra inútil espera en algún
espantoso limbo, seguiré llorando nuestros días perdidos, mi culpa por el
dolor causado y la certeza imposible de toda redención.
El cristianismo ha dicho al hombre "arrepiéntete Dios
en su infinita sabiduría te perdona" ¿Es así de sencillo? Me he
arrepentido de cada acción inicua que te hice, cada sencilla palabra que pudo
herirte, cada acción que -no me lo decías- te lastimaba, todo lo que no hice
por vos y todo lo que hice mal. Claro que me arrepiento. Que no daría por
volver atrás con este conocimiento y cambiar el pasado. ¿Y de que me sirve? De
nada, es solo una burda excusa de los eclesiásticos cristianos para
justificar lo injustificable. Para crear un Dios para sus propios y espurios
fines. Nada más que para recaudar más bulas, dividas o propinas. Ningún Dios
puede volver el tiempo atrás para que cambie mis acciones, entonces no hay Dios
y si lo hubiese, nada haría por mí. Mi dolor es inexorable y definitivamente
mío. Y si hay un más allá igual te perdí por mis acciones y omisiones. Por no
entender que no basta con un poco de ternura y compañía, que no alcanzan las
palabras. Por no entender entonces que eras una persona igual que yo y que
necesitabas no ser lastimada.
No, no hay redención. Señores dirigentes de las iglesias
¡váyanse a mentir a sus respectivas madres, si las tienen! Son solo un
gran grupo de forajidos vestidos de negro y algunos de rojo. Usan a las gentes
por la necesidad de absoluto. La fe que proviene de la esperanza -legítima y
necesaria- es usada por ustedes para su propio provecho o el su príncipe. Si
Cristo realmente existió nunca pudo haber avalado semejante mentira. No, no hay
paraísos más allá. Y si los hubiese de nada servirían si el mal es causado
ahora y adrede, si lastimamos al otro. Si acabamos lo más extraordinario que
dos seres humanos pueden compartir o dar y que es el amor. No, Dios no nos
quiere, si hay algo no es, es un padre benevolente. ¿Cómo podría serlo
permitiendo el suplicio de un inocente, la muerte de un hijo o la hambruna de
millones? Que estupidez, estamos abandonados a nuestra propia suerte, nosotros
-como lo hice yo- arruinándote tu vida y la mía somos absolutamente
responsables de nuestras propias acciones, así que, si tenemos un señor creador
de tanta belleza, para los humanos en un burdo y loco dictador.
Yo estoy solo, vos estas sola, todos lo estamos. Y lo
maravilloso y terrible es que, si nos equivocamos, no solo es para siempre, es
definitivo. Si hacemos sufrir al otro el boomerang volverá inexorablemente para
golpearnos y decirnos ¡aquí esta tu dolor!, es tuyo y de nadie más. Cuando lo
aceptamos estamos acabados.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario