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El alma de los barcos





Me he preguntado algunas veces si los barcos poseen un alma. De hecho, tienen personalidad, una característica que los hace diferentes… Un barco navega de una forma especial, responde a nuestras manos y es casi una prolongación de nuestro cuerpo. Es totalmente distinto timonear que manejar un auto, será porque un auto SOLO es una máquina. En una embarcación dependemos de ella. Nuestra vida está en sus manos, según haga esto o aquello. Como soporte un mar bravo, como luche contra los elementos, como nos proteja. En un barco vivimos, a veces la vuelta a la tierra, otras nos llevan de un puerto a otro, sin más escalas que el horizonte. Cuando estamos navegando en cualquier mar, cerca o lejos de a costa, nuestra embarcación es nuestro propio y único mundo. No hay otro lugar que permanecer en su propio vientre. Así es casi como una madre que nos cuida. A su vez, cuando el timón vibra en nuestras manos y el viento gentil hincha las velas, todos los horizontes nos esperan, todos los soles y todas las tormentas. Cabalgamos las ondas, trepamos incansablemente sintiendo como nuestra nave palpita en cada golpe de mar y lo trasmite casi con ternura hasta nuestra piel. Sí, el barco y nosotros somos uno. Entonces cómo no creer que posean un alma.

 Pero los barcos también son aventuras, riesgos, alegría y a veces, tragedia. ¿Qué ocurre cuando un barco se hunde? ¿Muere realmente?... algunos dirán que sí.

 Más allá de los 4000 metros de profundidad cada centímetro cuadrado soporta una presión de 400 kilos. Es un peso enorme. Allí en la oscuridad absoluta el Titanic duerme su ultimo sueño, pero no está solo, infinidad de bacterias van comiendo poco a poco su estructura. En exploraciones posteriores muchos de las mamparas ya no estaban. Sabemos (y hemos visto) como la proa y casi tres cuartas partes del barco están a 600 metros de la popa. Entre medio un campo de escombros. Me resulta aún tan sorprendente ver vajilla perfectamente “acomodada” sobre el fondo, como si una mano los hubiese depositado con exquisito cuidado. Tanta destrucción y allí están los platos, aun sanos, como queriéndonos contar una historia Vemos un camarote y dos ventanas abiertas, todavía con sus vidrios y desde esos ojos que ya no miran, casi espero ver asomarse a quien alguna vez estuvo adentro. Sombras, acaso fulgores en la penumbra de recuerdos que poco a poco se van alejando. Historias de vidas que el mar cubrió de olvido. Pero fuimos a verlo. Esos pocos hombres que dentro del pequeño submarino de alta profundidad Alvin, vieron erguirse por vez primera la majestuosa proa del Titanic, muda ahora definitivamente, estuvieron a solo unos metros, ¡qué sensación! Rodeados de la inmensa noche abisal. Imagino a la orquesta tocando el final, en la certeza de la propia y terrible muerte. Extrañamente ese mar bravío, estuvo esa noche de 1912 extrañamente calmo. Quizás algunos no supieron que caer al agua, aun nadando, significaba la muerte por hipotermia. Vuelvo otra vez al fondo y creo ver las luces, los brazos agitados, la música suave y calma. El lujo, pero también las caras de aquellos pobres inmigrantes que esperaban un nuevo mundo, con su pasaje de tercera clase. Otra vez la vida nos muestra que al final no hay ricos ni pobres, solo hombres y mujeres ante el inevitable fin. Pero el destino del Titanic fue la causa de muchos errores y descuidos, que nos señalan claramente que con el mar no se juega ni se improvisa, por que rara vez hay una segunda oportunidad. Ya sabemos que al Capitán “lo apuraron para llegar antes”, que se fue a dormir dejando a un oficial, conociendo que entrarían probablemente en un campo de hielo, sabemos que la noche estaba oscura y que los dos vigías treparon al observatorio sin prismáticos y también que cuando se avista el témpano -muy cerca- se da la orden de detener el barco y virar, cuando no se debió parar las maquinas. El rey de los naufragios se encuentra a una profundidad que ningún ser humano, podrá tocarlo jamás buceando. El alma de aquel gran barco descansa sabiendo que nunca podremos olvidarlo. Pero hay muchos barcos hundidos a profundidades accesibles. Yo he buceado en algunos y nunca me parecieron una tumba, como quizás algunos crean. He visto barcos apoyados en fondo, muy derechos, como si estuviesen flotando., otros tumbados a babor o estribor. La sensación de bucear a su alrededor, en sus cubiertas, flotando libremente, sin peso, ni gravedad es extraordinaria. Siempre están llenos de vida aferrada a sus cascos, mientras cientos de peces los usan de morada. He acariciado el acero cubierto de anémonas, intentando descubrir sus nombres (que en un barco es como su alma). He cerrado los ojos en la profundidad, imaginándome que aún navega, que las gaviotas lo siguen. Y que todos los cielos son suyos.

Sí, los barcos tienen su propia alma y aún en el fondo del mar nos regalan la vida para poder disfrutarla en esos breves e impagables momentos que el océano nos permite creer que podremos quedarnos a su lado para siempre.







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