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El transplante





Una luz muy blanca cubre a modo de sudario la habitación en silencio. Altas persianas permanecen bajas. Un siseo eléctrico vibra suavemente. Un olor tenue a alcanfor inunda el recinto. En los monitores suben y bajan los gráficos. Un hombre de blanco mira indiferente hacia Luis, tendido entre dos biombos de fina tela. Luis con sus tubos, conectado a bombas de infusión, destilando asépticamente las drogas. Luis con su cerebro que no emite ondas alpha, ni beta, ni theta. Un claro electroencefalograma plano. Clínicamente muerto. Allí está con sus ojos cerrados, pero atento, sabiendo aterradoramente que no lo escuchan.

Cuántas veces leyó aquellos carteles que rezaban “Donar un órgano es dar vida”. Vida, que se le escapa minuto a minuto. Su cuerpo sencillamente debe espera tranquilamente a que parte de su cerebro reaccione. Pero no hay tiempo. Ha escuchado a los médicos: está muerto, hay que llamar para retirar los órganos. Está en buen estado.

Recuerda claramente el accidente, el golpe en la cabeza. Ahora el terror sube lentamente por cada músculo y llega a su cerebro. No emite ondas, al menos ondas perceptibles para la técnica médica. Esta vivo. Pronto llegarán y lo vaciarán.

Ha escuchado a dos pacientes más que colocaron a su lado. Luis quiere gritar, moverse, abrir los ojos, huir. Cada vez que la puerta se abre torrentes de endorfinas saltan a su sangre. El médico de guardia indiferente a todo, no mira el monitor cardíaco. Levemente ha dado un salto. Una prueba irrefutable de vida, pero mínima. Un monitor muestra en silencio el partido del día. Luego noticias. Luis se desespera. ¡Muévete! ¡Muévete! Le grita cada dedo, a cada mano, pero es inútil. Su vida, su familia, sus hijos. Está minutos de perderlo todo, todo.

El siseo del respirador sigue. Sube y baja. Luces se prenden y apagan. Se acerca una enfermera. Revisa el brazo de Luis, la cánula.

El jefe de Terapia Intensiva se acerca a la cama, otro médico de guardia le pregunta ¿Vienen ya para la ablación? -Están en camino, contesta. Desconéctelo. Luis grita, ¡No! ¡No! El monitor vuelve a moverse apenas. Luis escucha: -Dr. ¿No podríamos inyectarle material lumínico? Luego veríamos en el iris si hay reacción a la misma, señal de actividad cerebral. –Déjese de joder Dr. Este hombre está muerto.

Ya está el personal de ablación. Lo llevan a cirugía. Mientras corre por las salas hasta el ascensor, en un sublime esfuerzo Luis logra mover apenas un dedo. Nadie lo nota. Los enfermeros y el personal hablan del partido. En la mesa de cirugía, la potente luz atraviesa sus parpados. Luis grita, grita. Las cajas refrigeradas están listas. La ambulancia y dos motos policiales esperan. El avión a otro lugar. Un joven espera el corazón y los pulmones. Una mujer el hígado.

El cirujano está listo. Las instrumentadoras preparan el bisturí. Alguien comenta, -le han sacado el respirador y sigue respirando -mejor está en perfectas condiciones. El cirujano dibuja mentalmente el corte, baja el brazo. Luis grita desesperadamente. Sus dedos se mueven bajo la sabana.

Afuera el hospital bulle de movimiento. Gentes entran y salen por la puerta calesita. La guardia atiende a cuatro accidentados. Cada servicio llama a los pacientes externos. En las salas de internación un grupo de médicos recorre cada habitación, están pasando sala.

En el café del hospital el partido de fútbol está por terminar. Alguien grita un gol. Una silla de ruedas atraviesa el Hall central. Un policía indolente recorre los pasillos.

El bisturí toca la piel de Luis. Sus hijos, su mujer, sus padres…Le han dicho que está muerto, ellos inocentemente han llenado algunos papeles. Sus hijos lloran, lloran

El bisturí roza la carne y da el primer tajo. Se separan primero los músculos. Luis sufre horrorosamente. Claro no usan anestesia.  Se supone que está muerto. Dolor, dolor brutal se expande en todo su ser. El Cerebro refleja el dolor. Duele, duele en el cerebro. Por eso los amputados dicen que les duele el miembro perdido. Es la memoria del dolor en el Cerebro. El cirujano llega a la arteria coronaria, ahora trabaja rápido. Luis siente en el frenesí del dolor, su sangre corriendo sobre su piel. Sus hijos, Linda su esposa. ¡No! ¡No!

¡Déjenme! La arteria pulmonar es seccionada. Los pulmones se detienen. Luis se ahoga, quiere respirar. Ahora el cerebro hipóxico, ya sin oxígeno se detiene y Luis como en un sueño pierde su conciencia. Los órganos son lavados con una solución especial, por dentro y por fuera. Son embalados y se los llevan. El cuerpo destrozado es cocido salvajemente. Lo llevan a la morgue. La mano derecha está cerrada, crispada. Nadie repara, a nadie le importa.Su familia espera el cuerpo. Su padre llorando comenta -al menos parte del pobrecito Luis dará vida. Dejan el hospital con su dolor a cuesta. La tierra espera al día siguiente los despojos. El jefe de Terapia Intensiva está ahora en el bar. La ambulancia de la casa de sepelios se lleva el cuerpo de Luis.

-Alguien le pregunta-¿Alguna novedad Dr.? -Ninguna, lo de siempre- A modo de explicación final permítanse decir que lo que anterior puede no ser una ficción. Con conocimiento de la medicina basada en la evidencia y de la experiencia de prestigiosos médicos de Mar del Plata, puedo decirles que NO todos los accidentes en que hay electroencefalograma plano hay muerte absoluta. Es decir, una situación irreversible. No es así. La única certeza es inyectarle a la persona una solución que momentos después –si hay actividad cerebral- se verá el brillo en los ojos. –-Que yo sepa esto no es rutina en las ablaciones, que además son sin anestesia total, el “paciente” ESTARÍA muerto.

1 comentario:

  1. He escuchado otra historia como real, si es así sería terrible, muy buena escena

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