Primera Parte
El Hombre caminó erguido, cubriéndose del frío con su largo
capote desteñido por incontables días de mar. La taberna con sus pequeñas
ventanas empañadas, reflejaban sobre el empedrado mojado, su luz cenicienta.
Poco a poco escuchó el murmullo creciente. Fijó la vista en el cartel
colgado con cadenas que decía “La Posada del Mar”. El viento lo golpeaba sin
piedad. Entró. El vaho del calor y el humo de pipas y cigarros se mezclaban
brutalmente. Cerró la pesada puerta y buscó la mesa más apartada. Mientras le
servían ron, una mujer con mucha pintura y años le dijo algo, un gesto adusto
la alejó de si, Aquel hombre lucía un gran parche en su ojo izquierdo,
como si fuese una ventana tapada.
Otro hombre se sentó en la mesa. El marino asintió con un
vago -siéntese-. A partir de ese momento me contó esta extraña historia, que
considero verídica a la luz del elemento que me mostró. Una experiencia
terrible -no por lo salvaje de los hechos- que son normales en las tierras
medias, sino por la profunda iluminación que aquel hombre logró ver en las más
oscuras tinieblas.
El Viaje
¿Qué encontraría allí arriba? Tal vez un cementerio, quizás
solo piedra y lava. Debía ganarme su respeto y de ninguna manera regresaría
antes de presentarme a su TEKU.
Dos horas después alcanzamos la entrada a una cueva. No
podía verse desde afuera y no creo que, si regresara a aquella espantosa
tierra, volvería a encontrar la puerta que abre La Caverna de los Antepasados.
Antes de entrar a la oscuridad di la vuelta y contemplé la inmensidad del
océano, allá abajo. Nuestro Clipper apenas un punto, se perdía en la distancia.
Entré a un largo corredor siguiendo a Ocanoa…
” Busqué en el espacio infinito del mar, la línea
recta a la que nunca se llega.
El viento en la cara, los cabos nudosos endureciendo la
piel y la sal de la mañana brillando en la
cubierta desteñida de los días. Encontré tierras extrañas, con hombres umbríos, sin
más sueños que el próximo
día.
Con dioses de pura piedra y ciegos ojos”
El Camino Hacia la Luz
El hizo un gesto y tomé la calavera. A medida que
la alzaba su interior repetía la luz en miles de direcciones. Vibraba, ME
OBSERVABA. Entonces sentí no miedo, ni temor, si no la curiosidad, la certeza
absoluta que me encontraba ante una puerta que me conduciría a secretos, a
conocimientos únicos. En uno de mis viajes a India conocí a un Yogi, un maestro
con el que conviví dos largos años. Él decía que no es el ALUMNO EL QUE VA AL
MAESTRO, ES EL MAESTRO EL QUE VA AL ALUMNO y Ocanoa era ahora mi Maestro. Cómo
o por qué no lo sabré nunca. El Yogi me enseñó que hay un lugar- aunque la
palabra lugar es impropia- un estado en el que TODO lo que ha ocurrido- desde
el comienzo de los tiempos- está allí. Es el Registro Ascárico. En algunas
oportunidades algunos hombres pueden consultarlo y verlo TODO. Allí estaba
mirando el interior de la calavera, entonces todo desapareció y me
encontré en un abismo de oscuridad. Más tarde percibí luz, inmensos espacios.
Manchas de gases incandescentes, soles y finalmente infinitas esferas. Ahora un
bosque de extrañas y altas plantas me envolvían con un olor jamás sentido. Mis
pasos retumbaban de tronco en tronco, mientras furtivas criaturas cruzaban de
un lado a otro. Escuché un terrible rugido mientras la tierra temblaba.
Proto hombres, apenas subhumanos peleaban y morían. En sus cavernas se irguió
el fuego. El humo trepó y trepó a un cielo rojizo y puro. Luego pequeñas tribus
y más adelante ciudadelas y después altas paredes de piedra y templos.
Obeliscos y signos. Carros, caballería., bronce brillando en largas batallas,
chorreando sangre, salpicando crueldad. Oí gritos, casi esperé que me
destrozaran, pero yo estaba y no estaba allí. Ahora temblaba, grité muchas
veces. SENTI el dolor. El mismo y único dolor que une a los humanos en todos
los tiempos.
Ahora mi fantástica visión abrió las puertas de otros
infiernos, más crueles, más terribles, más humanos. Cientos de pies corriendo
por estepas, de pueblo en pueblo, desbastando. Crecían imperios y caían uno a
uno. También destellos de sabiduría fluían en el tiempo. Chispazos de luz en la
oscuridad. Santos entre la barbarie humana. El tiempo, ¿qué es el tiempo si no
la suma de todas las locuras? Las guerras se continuaban como si todo fuese una
misma y sola gran
guerra. A veces el fragor de la lucha cesaba y una
música de flautas exquisita me llenaba de paz. Otras veces maravillosas
sinfonías borraban toda la sangre y el holocausto, pero otra vez se sucedían
los reyes, los ejércitos, la barbarie y el sufrimiento eterno de hombres sin
destino.
Caí al suelo y la visión se esfumó, la calavera cayo y
Ocanoa furioso me incorporó y la puso en mis manos. Volví a mirar. Ahora
cataratas de fuego borraban grandes extensiones del planeta, cataclismos
globales inundaban vastas regiones. Especies enteras desaparecían y nacían
otras. Estuve en los confines de la tierra donde en lugar de hielo habitaban
inmensos y cálidos árboles, entre extraños humanos de ojos rasgados, hombre y
mujeres de una belleza sin igual. Conocí una antiquísima ciudad apenas soñada.
Enormes construcciones de basalto rodeadas de jardines y lagos artificiales,
brillaban bajo un inmenso cielo rojizo. Pájaros creando nubes de miles de
formas la recorrían con un canto tan hermoso que lastimaban los oídos. Unas
mujeres muy altas con un pelo rojizo y raras medallas mostraban el más alto de
los monumentos. Subí sus escaleras durante horas, hasta agotarme. Abajo quedaba
apenas una sombra del mundo. Entré en una habitación cuyas paredes estaban
a una distancia descomunal. Estuve en la biblioteca más antigua de todos los
tiempos. El saber pre humano estaba allí. Tomé sus libros y su conocimiento
vino a mí. Supe de la existencia de seres pensantes infinitamente antes que el
primer hombre pisara esta tierra. Entonces llegó a mí una nueva luz, un
conocimiento claro simple y supremo. Hace 4500 millones de años se modelaba el
planeta, de esos 4500 millones hace solo dos o quizás tres millones aparecen
los primeros hombres. La historia escrita nace allá por los hititas y
sumerios, hace solo 10000 años. Hubo un tiempo mucho antes que los grandes
saurios, en que se levantaron, en la tierra nueva esas ciudades ciclópeas.
Pletóricas de sabiduría. Ellos desarrollaron conocimientos que ni sospechamos.
Otras formas de viajar, de transportarse, de cuidar el cuerpo y la vida. De
entenderse unos a otros. Vi. un mundo feliz. Seres llenos de gracia y
humanidad, hasta que llegó la destrucción no por su mano si no por las fuerzas
incontenibles de una naturaleza joven.
El último de esos seres aferrando a su hijo me miró a los
ojos, a mis ojos que ya habían contemplado la espantosa verdad del futuro.
Siguieron durante horas desfilando horror tras horror, siglo
a siglo.
Cerraba los ojos y pensaba cada vez con más fuerza por qué
razón Ocanoa me mostraba todo aquello. Era indudable que alguna tecnología de
los seres magníficos había sobrevivido y yo la usaba.
Otra idea comenzó a torturar mi cerebro: la idea de Dios, de
la redención de un paraíso luego de tanta tragedia. Algo comprendió lo que
pensaba. Ocanoa me tomó fuertemente del brazo y gritó ¡MIRA! Volví a la
calavera y comprendí aún el final de la historia. Me miré a mí mismo, entré en
mi interior, descubrí a un hombre común, que no había hecho nada por nadie.
Descubrí aterrorizado la verdad Dioses de pura piedra, la mejor mentira de
todos los siglos “la promesa del paraíso luego de la muerte, solo a aquellos
que hagan votos de obediencia” De los reyes a la Democracia “Ustedes
eligen”, “Ustedes gobiernan” Ya no hace falta prohibir. La ilusión de la
libertad. Ahora las visiones pasaban a velocidad alucinante, ejércitos,
guerreros, campos de batalla, pueblos en llamas. Hombres a la carrera, mujeres
con niños en brazos. Plagas, tiendas en un desierto del África. Animales en
vastas planicies. Lava, terremotos, mares enfurecidos. Conquistas, esclavos,
grandes piedras transportadas, mausoleos.
Grandes montañas transformadas en planicies, bosques en
campos arrasados, gramilla en hielo, hielo en agua, agua en vapor, vapor en
lluvias torrenciales. Siempre hombres escapando, huyendo a ninguna parte, hacia
otro horizonte donde otros hombres con largas espadas derraman la misma sangre.
Ahora temblaba, pero no pude dejar la calavera, me obligaba a mirar el suplicio
humano. Un gran ojo surgió desde un profundo abismo, una imagen alucinante que
me observaba. Entonces luego de ver el principio de los tiempos, hasta el presente
y comprobar el mismo drama humano, entendí el heroísmo y la barbarie.
Falsos dioses de ciegos ojos, de pura piedra, para ocultar la terrible verdad:
el dominio de unos pocos sobre todos. Filosofías que lejos de buscar alguna
verdad encierran la mentira. La más grande de todas las falsedades. Religiones
bestiales en nombre de la Fe. La fe que toma lo más sagrado en un ser
humano: la Esperanza. Entonces la calavera, en un destello de
luz se apagó. Las imágenes cesaron y estaba solo en el fondo de la montaña.
Ocanoa se había ido. Corrí, busqué la seguridad. Encontré la larga escalera y
trepé peldaño a peldaño, en cada paso hacia la superficie. La montaña misma me
hablaba, al menos eso parecía. Tuve la certeza que miles de voces, quizás de
seres de una época infinitamente lejana me exigieran escuchar., no en palabras,
sino en imágenes, su dolor, el mal que vendría. Siglo a siglo desde
el nuevo despertar de una humanidad condenada por su mismo origen. Sin
respuestas para sus preguntas, sin certezas ante un futuro incierto. Dominada
por hombres perversos, que sobre los miedos ancestrales impusieron sus
doctrinas. Sin más esperanzas que su propio fin. Ahorra trepaba y huía, de la
oscuridad, de la verdad revelada, de un conocimiento que temblaba por tener ahora
en mis manos. Caí varias veces lastimándome con la piedra. Miles de figuras
explotaban en mi cerebro. En mis ojos, en mi propia alma. Cada paso me costaba
más y más. Como si estuviese cargando cientos de piedras. Quería la luz, el
aire, volver a mi barco, escapar. De Ocanoa, de la montaña, de las imágenes y
de mí mismo. Exhausto supe que ya no era posible. Todo estaba en mí y debía
llevar esa carga. La carga de la luz. La esperanza, un nuevo tiempo para
millones de seres condenados. Lo acepté y entonces mis piernas
pudieron seguir hasta la salida. Bajar de la montaña y levantar velas. Volver.
No volví a ver a Ocanoa. Ahora creo que fue un instrumento. Pudo descubrir
aquella caverna donde los antepasados dejaron sus huellas para nosotros,
millones de años antes que el primer proto hombres se levantara. Soy el
elegido, aunque ésa no creo que sea la palabra exacta. Pudo haber sido
cualquier otro, pero yo estaba allí.
Lo vi por última vez atravesar la taberna, entre el humo
denso del tabaco. La mujer aún sentada en la barra lo tomó del brazo, la miró y
ella lo soltó instantáneamente. En La puerta se dio vuelta y cruzó su mirada
con la mía. Entonces, solo entonces tuve la absoluta certeza de mi destino. Voy
exponer la calavera al mundo. Abriré las puertas de conocimientos
inconcebibles. Cambiaré un poco tanta tragedia, tanta mentira, tanta soberbia.
Quizás algo de verdadera humanidad pueda derramarse sobre la atribulada
historia de los hombres.
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