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La calavera de cristal











Primera Parte

 

El Hombre caminó erguido, cubriéndose del frío con su largo capote desteñido por incontables días de mar. La taberna con sus pequeñas ventanas empañadas, reflejaban sobre el empedrado mojado, su luz cenicienta. Poco a poco escuchó el murmullo creciente. Fijó la vista en el cartel colgado con cadenas que decía “La Posada del Mar”. El viento lo golpeaba sin piedad. Entró. El vaho del calor y el humo de pipas y cigarros se mezclaban brutalmente. Cerró la pesada puerta y buscó la mesa más apartada. Mientras le servían ron, una mujer con mucha pintura y años le dijo algo, un gesto adusto la alejó de si, Aquel hombre lucía un gran parche en su ojo izquierdo, como si fuese una ventana tapada.

Otro hombre se sentó en la mesa. El marino asintió con un vago -siéntese-. A partir de ese momento me contó esta extraña historia, que considero verídica a la luz del elemento que me mostró. Una experiencia terrible -no por lo salvaje de los hechos- que son normales en las tierras medias, sino por la profunda iluminación que aquel hombre logró ver en las más oscuras tinieblas.

 El Viaje

 “Nos encontrábamos navegando en el mar de Célebes a escasas millas del sur de la Isla Mindanao. Abordo en un muy marinero Clipper, cuando una fuerte borrasca nos derivó al este de la isla. Recalamos a la fuerza en una bahía lejos de todo centro poblado. Echamos ancla y pronto nos rodearon varios juncos con nativos no muy amistosos. Nos obligaron a bajar a tierra. Selva cerrada y gritos de animales fueron los únicos sonidos que escuchamos. Llegamos a un claro y allí de una infinidad de chozas salió una multitud de nativos vociferando. Finalmente, un nativo imponente salió de su choza y se hizo el silencio. Lejos de agredirnos nos colmaron de atenciones y su jefe -Ocanoa- en un entrecortado inglés nos refirió extrañas historias de monstruos marinos, cabezas cortadas y guerras tribales. Tomamos una bebida blanca y dura que nos llevó por raras sendas de imágenes brutales. Sueños perdidos de razas olvidadas hace eones. Seres que habitaron esta tierra millones de años antes que el primer bípedo pro humano encendiera el primer fuego. Eran palabras berreadas por nada más que un nativo alcoholizado. Sin embargo, al segundo día de nuestra estancia en aquella salvaje isla, Ocanoa me llevó aparte de mis hombres por un sendero que trepaba al monte Erebus –como él lo llamó- “La Montaña de los Dioses” Me dijo que estaba prohibido al pueblo llegar a la cima, a la cueva, donde el Dios TEKU, el terrible, hablaba a veces con fuego y truenos a los despavoridos hombres. Bastante preocupado por ascender a un volcán, seguí aquel hombre de una edad de piedra tan antigua que el solo pensarlo helaba la sangre.

¿Qué encontraría allí arriba? Tal vez un cementerio, quizás solo piedra y lava. Debía ganarme su respeto y de ninguna manera regresaría antes de presentarme a su TEKU.

Dos horas después alcanzamos la entrada a una cueva. No podía verse desde afuera y no creo que, si regresara a aquella espantosa tierra, volvería a encontrar la puerta que abre La Caverna de los Antepasados. Antes de entrar a la oscuridad di la vuelta y contemplé la inmensidad del océano, allá abajo. Nuestro Clipper apenas un punto, se perdía en la distancia. Entré a un largo corredor siguiendo a Ocanoa…

 Mientras me internaba más y más en la roca recite los viejos versos del Marino que busca y no encuentra:

” Busqué en el espacio infinito del mar, la línea recta a la que nunca se llega.

El viento en la cara, los cabos nudosos endureciendo la piel y la sal de la   mañana   brillando en la cubierta desteñida de los días. Encontré tierras extrañas, con hombres umbríos, sin más sueños que el próximo día.                 

Con dioses de pura piedra y ciegos ojos”

 

El Camino Hacia la Luz

 Descendimos durante horas a lo más profundo de la base de la montaña. El volcán en su sueño, solo temblaba a veces, recordándonos su poder. Finalmente llegamos a una caverna cuyo techo ni paredes no alcanzaba a distinguir. Extrañas luces azuladas colgaban de lo alto y brillaban a través de un cristal que amplificaba inconcebiblemente su luz. Sin embargo, no pude entender cómo funcionaban. Ocanoa no decía palabra y cuando comencé a temer por mi seguridad llegamos al centro de esa profundidad alucinante. Una especie de altar de piedra se iluminaba “desde adentro”, como si la roca de basalto fuese transparente. Sobre la mesa reposaba una calavera de cristal, perfecta, pura, de una dureza como el diamante. ¿Quién habría esculpido aquella maravilla?

El hizo un gesto y tomé la calavera.  A medida que la alzaba su interior repetía la luz en miles de direcciones. Vibraba, ME OBSERVABA. Entonces sentí no miedo, ni temor, si no la curiosidad, la certeza absoluta que me encontraba ante una puerta que me conduciría a secretos, a conocimientos únicos. En uno de mis viajes a India conocí a un Yogi, un maestro con el que conviví dos largos años. Él decía que no es el ALUMNO EL QUE VA AL MAESTRO, ES EL MAESTRO EL QUE VA AL ALUMNO y Ocanoa era ahora mi Maestro. Cómo o por qué no lo sabré nunca. El Yogi me enseñó que hay un lugar- aunque la palabra lugar es impropia- un estado en el que TODO lo que ha ocurrido- desde el comienzo de los tiempos- está allí. Es el Registro Ascárico. En algunas oportunidades algunos hombres pueden consultarlo y verlo TODO. Allí estaba mirando el interior de la calavera, entonces todo desapareció y me encontré en un abismo de oscuridad. Más tarde percibí luz, inmensos espacios. Manchas de gases incandescentes, soles y finalmente infinitas esferas. Ahora un bosque de extrañas y altas plantas me envolvían con un olor jamás sentido. Mis pasos retumbaban de tronco en tronco, mientras furtivas criaturas cruzaban de un lado a otro. Escuché un terrible rugido mientras la tierra temblaba. Proto hombres, apenas subhumanos peleaban y morían. En sus cavernas se irguió el fuego. El humo trepó y trepó a un cielo rojizo y puro. Luego pequeñas tribus y más adelante ciudadelas y después altas paredes de piedra y templos. Obeliscos y signos. Carros, caballería., bronce brillando en largas batallas, chorreando sangre, salpicando crueldad. Oí gritos, casi esperé que me destrozaran, pero yo estaba y no estaba allí. Ahora temblaba, grité muchas veces. SENTI el dolor. El mismo y único dolor que une a los humanos en todos los tiempos.

Ahora mi fantástica visión abrió las puertas de otros infiernos, más crueles, más terribles, más humanos. Cientos de pies corriendo por estepas, de pueblo en pueblo, desbastando. Crecían imperios y caían uno a uno. También destellos de sabiduría fluían en el tiempo. Chispazos de luz en la oscuridad. Santos entre la barbarie humana. El tiempo, ¿qué es el tiempo si no la suma de todas las locuras? Las guerras se continuaban como si todo fuese una misma y sola gran

guerra. A veces el fragor de la lucha cesaba y una música de flautas exquisita me llenaba de paz. Otras veces maravillosas sinfonías borraban toda la sangre y el holocausto, pero otra vez se sucedían los reyes, los ejércitos, la barbarie y el sufrimiento eterno de hombres sin destino.

Caí al suelo y la visión se esfumó, la calavera cayo y Ocanoa furioso me incorporó y la puso en mis manos. Volví a mirar. Ahora cataratas de fuego borraban grandes extensiones del planeta, cataclismos globales inundaban vastas regiones. Especies enteras desaparecían y nacían otras. Estuve en los confines de la tierra donde en lugar de hielo habitaban inmensos y cálidos árboles, entre extraños humanos de ojos rasgados, hombre y mujeres de una belleza sin igual. Conocí una antiquísima ciudad apenas soñada. Enormes construcciones de basalto rodeadas de jardines y lagos artificiales, brillaban bajo un inmenso cielo rojizo. Pájaros creando nubes de miles de formas la recorrían con un canto tan hermoso que lastimaban los oídos. Unas mujeres muy altas con un pelo rojizo y raras medallas mostraban el más alto de los monumentos. Subí sus escaleras durante horas, hasta agotarme. Abajo quedaba apenas una sombra del mundo. Entré en una habitación cuyas paredes estaban a una distancia descomunal. Estuve en la biblioteca más antigua de todos los tiempos. El saber pre humano estaba allí. Tomé sus libros y su conocimiento vino a mí. Supe de la existencia de seres pensantes infinitamente antes que el primer hombre pisara esta tierra. Entonces llegó a mí una nueva luz, un conocimiento claro simple y supremo. Hace 4500 millones de años se modelaba el planeta, de esos 4500 millones hace solo dos o quizás tres millones aparecen los primeros hombres. La historia escrita nace allá por los hititas y sumerios, hace solo 10000 años. Hubo un tiempo mucho antes que los grandes saurios, en que se levantaron, en la tierra nueva esas ciudades ciclópeas. Pletóricas de sabiduría. Ellos desarrollaron conocimientos que ni sospechamos. Otras formas de viajar, de transportarse, de cuidar el cuerpo y la vida. De entenderse unos a otros. Vi. un mundo feliz. Seres llenos de gracia y humanidad, hasta que llegó la destrucción no por su mano si no por las fuerzas incontenibles de una naturaleza joven.

El último de esos seres aferrando a su hijo me miró a los ojos, a mis ojos que ya habían contemplado la espantosa verdad del futuro.

Siguieron durante horas desfilando horror tras horror, siglo a siglo.

Cerraba los ojos y pensaba cada vez con más fuerza por qué razón Ocanoa me mostraba todo aquello. Era indudable que alguna tecnología de los seres magníficos había sobrevivido y yo la usaba.

Otra idea comenzó a torturar mi cerebro: la idea de Dios, de la redención de un paraíso luego de tanta tragedia. Algo comprendió lo que pensaba. Ocanoa me tomó fuertemente del brazo y gritó ¡MIRA! Volví a la calavera y comprendí aún el final de la historia. Me miré a mí mismo, entré en mi interior, descubrí a un hombre común, que no había hecho nada por nadie. Descubrí aterrorizado la verdad Dioses de pura piedra, la mejor mentira de todos los siglos “la promesa del paraíso luego de la muerte, solo a aquellos que hagan votos de obediencia” De los reyes a la Democracia “Ustedes eligen”, “Ustedes gobiernan” Ya no hace falta prohibir. La ilusión de la libertad. Ahora las visiones pasaban a velocidad alucinante, ejércitos, guerreros, campos de batalla, pueblos en llamas. Hombres a la carrera, mujeres con niños en brazos. Plagas, tiendas en un desierto del África. Animales en vastas planicies. Lava, terremotos, mares enfurecidos. Conquistas, esclavos, grandes piedras transportadas, mausoleos.

Grandes montañas transformadas en planicies, bosques en campos arrasados, gramilla en hielo, hielo en agua, agua en vapor, vapor en lluvias torrenciales. Siempre hombres escapando, huyendo a ninguna parte, hacia otro horizonte donde otros hombres con largas espadas derraman la misma sangre. Ahora temblaba, pero no pude dejar la calavera, me obligaba a mirar el suplicio humano. Un gran ojo surgió desde un profundo abismo, una imagen alucinante que me observaba. Entonces luego de ver el principio de los tiempos, hasta el presente y comprobar el mismo drama humano, entendí el heroísmo y la barbarie. Falsos dioses de ciegos ojos, de pura piedra, para ocultar la terrible verdad: el dominio de unos pocos sobre todos. Filosofías que lejos de buscar alguna verdad encierran la mentira. La más grande de todas las falsedades. Religiones bestiales en nombre de la Fe. La fe que toma lo más sagrado en un ser humano:   la Esperanza. Entonces la calavera, en un destello de luz se apagó. Las imágenes cesaron y estaba solo en el fondo de la montaña. Ocanoa se había ido. Corrí, busqué la seguridad. Encontré la larga escalera y trepé peldaño a peldaño, en cada paso hacia la superficie. La montaña misma me hablaba, al menos eso parecía. Tuve la certeza que miles de voces, quizás de seres de una época infinitamente lejana me exigieran escuchar., no en palabras, sino en imágenes, su dolor, el mal que vendría.  Siglo a siglo desde el nuevo despertar de una humanidad condenada por su mismo origen. Sin respuestas para sus preguntas, sin certezas ante un futuro incierto. Dominada por hombres perversos, que sobre los miedos ancestrales impusieron sus doctrinas. Sin más esperanzas que su propio fin. Ahorra trepaba y huía, de la oscuridad, de la verdad revelada, de un conocimiento que temblaba por tener ahora en mis manos. Caí varias veces lastimándome con la piedra. Miles de figuras explotaban en mi cerebro. En mis ojos, en mi propia alma. Cada paso me costaba más y más. Como si estuviese cargando cientos de piedras. Quería la luz, el aire, volver a mi barco, escapar. De Ocanoa, de la montaña, de las imágenes y de mí mismo. Exhausto supe que ya no era posible. Todo estaba en mí y debía llevar esa carga. La carga de la luz. La esperanza, un nuevo tiempo para millones de seres condenados.  Lo acepté y entonces mis piernas pudieron seguir hasta la salida. Bajar de la montaña y levantar velas. Volver. No volví a ver a Ocanoa. Ahora creo que fue un instrumento. Pudo descubrir aquella caverna donde los antepasados dejaron sus huellas para nosotros, millones de años antes que el primer proto hombres se levantara. Soy el elegido, aunque ésa no creo que sea la palabra exacta. Pudo haber sido cualquier otro, pero yo estaba allí.

 La Carga

 El marino cesó su largo relato y miró a mis ojos. Largo rato quedó en silencio, esperando. Luego tomó una bolsa negra, en la que yo no había reparado. La abrió y me mostró. Una intensa luz brotó de su interior. Nadie prestó atención al drama que allí estaba ocurriendo. Toqué la superficie perfecta de la calavera y sentí un golpe, una fuerza incontenible. Supe que todo había sido verdad. Todo comenzó a girar, a dar vueltas. Extrañas sensaciones envolvieron cada centímetro de mi carne. El hombre me tomo fuertemente de un brazo. Dijo “Ahora lo necesito. Usted debe ayudarme., Hacer que la vedad llegue a la mayor cantidad de personas, en los cinco continentes, es la única posibilidad” Horrorizado le pregunté: ¿Por qué yo?, Dijo “Usted es escritor, es respetado, tiene los medios, no lo corromperán y su voz llegará lejos” En un último gesto, se levantó despacio, acomodó su gorra, levantó la bolsa y me la entregó.  “La carga es muy pesada, pero en esa bolsa y en usted está la esperanza de una humanidad extraviada. Sea fuerte”

Lo vi por última vez atravesar la taberna, entre el humo denso del tabaco. La mujer aún sentada en la barra lo tomó del brazo, la miró y ella lo soltó instantáneamente. En La puerta se dio vuelta y cruzó su mirada con la mía. Entonces, solo entonces tuve la absoluta certeza de mi destino. Voy exponer la calavera al mundo. Abriré las puertas de conocimientos inconcebibles. Cambiaré un poco tanta tragedia, tanta mentira, tanta soberbia. Quizás algo de verdadera humanidad pueda derramarse sobre la atribulada historia de los hombres.

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