Hace mucho tiempo, tanto que los hombres lo han olvidado,
vivió en Persia un Sultán, cuyo nombre prefiero no pronunciar. Amo y señor de
grandes territorios, siempre lo acompañaban recios hombres vestidos de negro y
su verdugo, portando su reluciente hacha.
El Sultán pasaba las noches en vela, el sueño no le llegaba.
Su vida rodeada de lujos, era insípida y pobre. Su inmenso poder lo separaba de
los hombres. Sabemos que del temor nunca puede surgir el amor y él no solo era
temido, lo odiaban. Así sufría en silencio, su aislamiento. Jamás podía cambiar
de igual a igual unas palabras, mucho menos abrir su corazón y desahogar su
angustia. Ese mundo que él veía por los grandes ventanales no era el suyo. La
Gran Feria en la que cientos de personas compraban, vendían, pasaban sus días
juntos, intercambiando no solo mercaderías, vivían sencillamente y en plenitud.
Cuando una pareja, tomados de la mano, pasaban frente a sus ojos, él sentía un
puñal clavado en su pecho, entonces regresaba a su palacio, a su riqueza y a
sus noches largas y solitarias.
Un día, al borde de la desesperación impartió una orden:
debían procurarle una esposa. Dos días después sus hombres le trajeron a una
campesina hermosa. El casamiento fue el acontecimiento más grande del
Sultanato. Grandes festines, bailes y fiestas duraron una semana.
Transcurrieron semanas y meses. El Sultán podía dormir, pero
algo le preocupaba, su esposa casi no hablaba con él, a pesar de sus
esfuerzos. Sin embargo, él comenzó a quererla.
Una noche, en que el suave viento del desierto hamacaba los
grandes cortinados del salón, él creyó ver una extraña mirada entre su esposa y
uno de los esclavos de la guardia. Alertado lo hizo vigilar. Su esposa fue
descubierta infraganti con el esclavo, quien fue ejecutado delante de su
esposa. Al siguiente día su cabeza rodó a los pies del fiel verdugo.
Destrozado por la infidelidad ordenó traer cada noche a una
joven distinta. Todas corrían, al siguiente día la misma suerte. Sus gargantas
probarían el hacha del verdugo.
Pasaron meses y ya no quedaban jóvenes en el Sultanato.
Ahora todos los súbditos sentían un pavor inmenso ante él.
Una mañana en que el cielo brillaba casi blanco por un
furioso sol, llamó a las puertas del palacio una joven. Pidió hablar con el
gran señor. Éste no lograba salir de su asombro, ella se ofrecía para ser su
esposa. Fue aceptada mientras el verdugo afilaba su hacha a la espera del
blanco cuello de la futura esposa.
Así se realizó la boda, casi en silencio. Hacía tiempo que
no se ofrecían fiestas al pueblo ya que todos sabían cómo terminaba cada boda.
Y llegó la noche de bodas. Mientras el Sultán se desprendía
de sus caros ropajes, su nueva esposa le preguntó si alguna vez había estado en
el reino de los hielos. Sorprendido le dijo que no e inmediatamente le preguntó
que era y donde quedaba. Ella con una voz suave como de flautas, pero clara y
serena, lo llevó a un nuevo mundo. Así su esposo recorrió durante toda esa
noche, un reino misterioso, repleto de extrañas criaturas, muy distinto al
suyo.
Llegó el día y ambos se habían quedado dormidos. El hacha
tuvo que esperar al siguiente día. Pero en esa segunda noche, la voz de su
esposa lo arrebató ahora a otro lugar, aún más lejos, aún más extraño. Inmensos
pájaros, montados por pequeños hombres, surcaban unos cielos rojos sobre
abismos cuyos fondos no se divisaban.
Pasó la noche y otra vez el hacha no fue utilizada.
Absorto el Sultán le pidió más y más a su esposa.
Transcurrieron días y días, mientras él recorría el mundo sin salir de su
dormitorio. Conoció gigantes, islas, mares. Hasta llegó a marearse a bordo de
una rara embarcación que corría a través de un río serpenteante. Cerca de las
orillas se alzaban inmensos templos a los que acudían muchedumbres.
Una noche se encontró tendido en una playa de finísimas
arenas blancas y un mar cálido y tan azul que lastimaba los ojos. Detrás de sí
la selva le prodigaba sombra mientras pequeños pájaros de colores cantaban una
melodía tan dulce que se puso a llorar de pura felicidad.
El hacha siguió dormida, hasta que en la última noche
(habían pasado 1001), ella le habló a su esposo y le dijo que estaba preparada
para el filo en la mañana. Las historias se le habían terminado, pero ella le
agradeció toda la felicidad que le había permitido recibir en todo ese tiempo y
en disfrutar al poder contarle tantas aventuras. El Sultán llorando la abrazó
con ternura. Pidió perdón a su pueblo por tantas muertes y se dedicó a
brindarle todo el bien posible.
Luego de eso mandó comprar una inmensa biblioteca. Había
comprendido que dentro de una historia uno puede fundirse en ella y dejarse
llevar hasta los más recónditos lugares del mundo.
Tiempo después él y su mujer tuvieron un hermoso niño que
alegró, con sus correrías, la vida del palacio.
Existe, aun hoy, una extraña fotografía, de un museo Persa
(Hoy Irán) de una hacha que dicen perteneció a aquel verdugo que no pudo acabar
con la vida de Sherezade.
Las
mil y una noches es una célebre recopilación medieval en lengua árabe de
cuentos tradicionales del Oriente Medio, que utiliza en estos la técnica del
relato enmarcado. El núcleo de estas historias está formado por un antiguo
libro persa llamado Hazâr afsâna («mil leyendas»). El compilador y traductor de
estas historias folklóricas al árabe es, el cuentista Abu Abd-Allah Muhammad
el-Gahshigar, que vivió en el siglo IX. La historia principal sobre
Scheherezade, que sirve de marco a los demás relatos, parece haber sido agregada
en el siglo XIV.
Causó
gran impacto en Occidente en el siglo XIX, una época en que las metrópolis
impulsaban las expediciones e investigaciones geográficas y de culturas
exóticas. Aunque Las mil y una noches se tradujo por primera vez en 1704, esa
primera versión al francés, de Antoine Galland, era una adaptación, un texto
expurgado de los adulterios y hechos de sangre que abundan en el libro. Una de
las traducciones que alcanzó popularidad fue la de Richard Francis Burton,
diplomático, militar, explorador y erudito de la cultura africana.
Compuesto
por tres grupos de relatos, el libro describe de forma fantástica y algo
distorsionada la India, Persia, Siria, China y Egipto. Hacia el año 899, los
relatos, transmitidos oralmente, habían sido agrupados en ciclos. Se cree que
muchas de las historias fueron recogidas originariamente de la tradición de
Persia (hoy en día Irán), así como de Irak, Afganistán, Tajikistán, y
Uzbekistán, y compiladas más adelante, incluyendo historias de otros autores.
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